31.10.08
fin
La imagen no es mía.

La imagen es: tierra hasta donde la vista alcanza.

Ahora, sobre esa tierra de la imagen, que es tierra seca –volátil, apática-, yacen repartidos billones de guijarros. Y en ese vasto valle de la imagen, existe quien estudia los guijarros. Existe quien los cuenta, quien los reproduce, quien los acumula. Y existe quien, como yo, quiere decirlos. El dilema es de todos. El dilema es: ¿cómo encontrar, entre tantísimos guijarros, aquellos que se buscan? (La consideración es mía: sobre todo cuando uno no sabe lo que busca).

Pues bien: uno puede caminar aleatoriamente. Perderse y disfrutar perderse. Andar durante días y de pronto, de entre billones, ver brillar un guijarro. Levantarlo. Redimirlo del polvo con la manga. Descubrir la textura que posee e inventar la metáfora que esconde. Luego abandonarlo, caminar otro día o mes o cuadra, hasta que a la puerta del entusiasmo llame el siguiente guijarro. Entonces levantarlo, pulirlo, olvidarlo. Es el viejo método de evadir las metodologías. Contiene tanta diversión como desgaste; evasión total y encuentros varios. Produce un ritmo marcado por alegrías pasajeras y hallazgos únicos, contrapunteado por la ausencia de fines y finalidades. Es el paso a paso del que considera que la acción de caminar constituye, en sí misma, la meta. Este modo de ir ha sido siempre el mío. Le debo todas las piedras que he probado.

O bien, uno puede inventarse un fin deseado: un guijarro a mil guijarros de distancia. Porque la dirección no es la calle que se busca, sino el punto cardinal hacia el que se anda, uno puede elegir andar hacia ese punto, fijo allá donde convergen el suelo y el futuro. Y para ello viene bien trazarse un rumbo. No sea más que con dos líneas blancas. Paralelas y esbozadas con cal apenas, con sal si se quiere. Polvo sobre polvo, no hay encierro. Tampoco aburrimiento, porque el camino engloba millones de guijarros. Lo que es más: el rumbo arropa. Andando dentro del espacio del dibujo, desaparece la necesidad de alzar cabeza. Y entonces uno puede pasarse las horas con las narices en la piedra y las angustias en la piedra porque el horizonte, ése de la imagen, finito sólo por virtud de la mirada, se compacta. El infinito se torna transitable.

Nada en el vasto valle es mío. No todavía.

El rumbo, en cambio, es mío.

Hasta donde la vida alcance.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:13 ¤ 27 posdatas
29.10.08
the end
this is the end


 
dijo Laia Jufresa en punto de las 01:04 ¤ 17 posdatas
23.10.08
these days
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 15:35 ¤ 4 posdatas
20.9.08
nyc
si no le gusta el clima, vaya y aterrice en otra maqueta
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 20:03 ¤ 10 posdatas
15.9.08
xalapa
Si no le gusta el clima, regrese en una hora.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 12:53 ¤ 2 posdatas
12.9.08
dorée
Ya tengo pasaporte. Fui antier a sacarlo y ayer a recogerlo. Tengo, además, un millón de cosas hermosas que decir sobre mis visitas a la Delegación. Sobre la vida en comunidad y sus peldaños organizacionales.... Ah, todos esos bebés formados en el registro civil a punto de quedar fichados para siempre en unas cuantas letras; todas esas parejas a punto de ceder quién sabe cuántos derechos a nombre del amor mancomunado; todos esos pequeños auto-empleos que brotan en el patio (lleve su mica, llévela, proteja su pasaporte, lleve su bic, lleve la tinta negra que es la única que le va a servir); todos esos incautos (yo incluida) formados a por su pasaporte, pensando que allá, north of the border west of the sun, serán por fin alguien; todas esas fronteras de factum (fotocopias, fotos, folios, fff...); todos esos pasillos; todas esas fotos -marco dorado- reivindicando poder sobre los escritorios porque, es sabido: un burócrata en escritorio pelón es sustituible, uno que pone foto es jefazo... Un millón de cosas. Lindas todas. Pero no puedo. En mi escritorio se apilan los textos por terminar: tres "urgentes" y dos "para ayer".

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PS : En los peldaños socialmente aceptados para mi profesión, que es la de escribana, cuando uno no tiene nada que decir o tiempo para redactarlo, se fusila lo que otro haya escrito, reivindicando así -marco dorado- cierto poder, no sea más que el poder de la citología. (Escribir tiene algo de burocracia y algo de auto-empleo). He dicho y ahora paso al -tan lejos del paredón, tan cerca del pelotón- ejercicio de fusilamiento:

sobre la letra dorada
(o de por qué no es primo el uno)

(Cita textual de un antiguo mail de Andrei, referente a este antiguo post)

ok. creo que con ésta sí te puedo hacer el paro:

los números primos son aquellos números enteros positivos que tienen

exactamente DOS divisores.

el 17 es un número primo: lo dividen el 1 y el 17 y solamente estos dos

números: tiene EXACTAMENTE DOS DIVISORES.

el 1 NO es un número primo: lo dividen el 1 y... y... y nada más! yay! tiene

EXACTAMENTE UN DIVISOR.

ésa es la versión oficial, nada de que la unidad y sí mismo, nada qué

filosofar por aquí... pero la verdadera razón de que el 1 no sea primo es
que se vea bonito el teorema fundamental de la aritmética (favor de
imaginarse las letras doradas):

"todo número entero positivo puede expresarse de manera única como producto

de números primos salvo el orden de los factores".

si el 1 fuera primo, el teorema diría:


"todo número entero positivo puede expresarse de manera única como producto

de números primos salvo el orden de los factores, y de las veces que se me
haya ocurrido multiplicar por 1, porque, como todos ustedes saben, el 1 es
también el elemento neutro de la multiplicación y entonces, efectivamente
puedo multiplicar por 1 las veces que yo quiera y el resultado no cambia."

...lo que claramente no merece la letra dorada.


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PS2 : Además de la citología, cuando todo urge para ayer, viene bien mirar viejas listas de must-dos, y palomear ciertas cosas.

Ejemplo:

• Comer avestruz √

• Terminar de entenderpor qué el 1 no es primo √

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PS3 : La avestruz sabe a res.

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PS4 : Normalmente, yo le dedicaría una buena cantidad de tiempo a restructurar este post porque me molesta que, leído en voz alta, "posdata tres" rime con "res".

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PS5 : No tengo tiempo.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 13:00 ¤ 5 posdatas
9.9.08
ni es pa tanto..
Así que me despierto sin despertador y pienso "meeeeeeeerde, seguro se me pasó la hora de la cita!" Veo el reloj y nanais: si corro, llego. Me visto, paso por un café, fotocopio el pasaporte vencido, imprimo el papel de la cita y en él verifico la hora. Bien, si agarro un taxi, llego. En el taxi voy llenando el formato y me piden el curp. No me lo sé. Le marco a Alejandro (que me salva siempre de éstas), pero recuerdo que anda de gira. Le marco a mi mamá. Le digo toda neuras: esquestoyeneltaxiymeurgeelcurpporquestoyyendoalpasaporte! Ella dice toda tranquis: ¿Pero tu cita no era el miércoles? Yo digo: Ay Duende, estás perdida, hoy es miércoles. Ella dice: Ah... Yo digo: ¿O no?, y luego al taxista: Oiga, disculpe ¿qué día es hoy? Él dice: martes. Yo digo: putainmeeeeerde, y también: Aquí me bajo por favor. Cuelgo el teléfono y busco monedas en mi bolsa mientras -no sé por qué- le echo todo el choro: esquemeequivoquédedíaoiga, cómo pueden pasarme estas cosas, no sé ni en qué día vivo... Él recibe las monedas y sólo dice: Ni es pa tanto, señorita, mejor no haga cara de pato que así no se ve bonita. Cuando he cruzado la calle -enojadísima-, y abordado el pesero de vuelta a casa, me da un ataque de risa el comentario del taxista. La cara de pato es más o menos así: (Por lo demás, estoy pensando en usar esta mesma foto pal fonqui, que, os juro, me pidieron una foto artística de usté realizando su actividá artística...) Por lo demás demás, recibí un mail de la Tere, sobre una de esas conferencias muy acá a las que no asisto jamás. Pero como lo manda la Tere, pues igual me asomo. Descubro que ésta sí tiene algo muy requetespecial, chequen, la da Harry Potter de viejito:
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:59 ¤ 7 posdatas
4.9.08
sigh...
Estoy en un café en la Narvarte, haciendo workstation con el Mils. En la mesa de a lado, un grupo de 6 chavos escucha atentamente a una de sus integrantes. Tiene la melena cortita y rojiza, y un aro en la nariz. Un cigarro tras otro, con los pies –lindos tennis- sobre la silla, narra cómo su madre le ha cachado cada uno de los tatuajes que ella se ha hecho “a escondidas”. A pesar de la mucha atención, es fácil adivinar que no es la primera vez que sus acompañantes se chutan esta retahíla de anécdotas. De pronto, ¡por fin!, alguno osa interrumpir su monólogo con un comentario. Ella responde, y, os juro, sin ironía: “es que como mi mamá es la verdad absoluta…”

Y ´pa mí que su frase, pero sobre todo su actitud lastimera, cifra gran parte de la actitud contemporánea.

Nuestra apatía, nuestro nihilismo de temporada, no surge de la duda, ni mucho menos de la crítica; brota del lamento. Es queja. Nuestra postura no es la del que demanda con argumentos, no es la del que exige lo que le es correspondido; es la del que cree que todo le es debido pero asume que nada le será pagado.

En mi generación, con los pies -calzados para correr- estacionados en la silla, vemos desfilar la vasta herencia de verdades: tan recta frente a nuestra posición despatarrada. Allí van las verdades, nos decimos, mira nada más que mal se visten...

En mi generación, confundimos suspirar con cuestionar.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:50 ¤ 8 posdatas
28.8.08
la gleds
Después de haber vivido tres años pegadas, Gleda y yo nos despedimos. Mi última noche en París, ella y Pablo me ayudaron a empacar y les heredé todo lo que no cupo en mi equipaje. En algún libro guardo una foto de esa madrugada, que nos tomó alguien antes de que yo abordara el taxi al aeropuerto: está la puerta de mi edificio al fondo y, al frente, nosotros tres abrazados y mi vida toda apretada en tres maletas. Yo me vine a México y Gleda se mudó a Bordeaux. Teníamos 18 años y ganas de empezar de cero aunque nos extrañáramos.

Dentro de lo que cabía imaginar en aquella tábula rasa del 2001, no estaba ni nuestra improvisada aventura por la costa Brava en 2002, ni nuestro largo viaje carretero por Oaxaca en 2004, ni ninguna de las desveladas platicadoras cuando logramos coincidir en París. Por otra parte, imaginamos algunas cosas que nunca cuajaron: nuestro recién fallido viaje a Burkina Faso por ejemplo y, sobre todo, los planes que teníamos en 2001. El mío era estudiar filosofía y seguir haciendo teatro, el suyo era estudiar diseño y seguir con el gospel. Nada de eso sucedió. Si algo nos une a través y a pesar de las distancias, es la constante ondulación de nuestros planes.

Pero lo que no había manera de hacer caber en nuestra imaginación de recién devenidas mayores de edad, lo que era imposible planificar en aquel entonces, era lo que acaba de suceder: que en el 2008 pasearíamos a 20 chavos de 20 años por el norte de mi país. Había que vernos hace unos días: Gleda al frente, 20 chavos en medio y yo a la retaguardia, todo el rato sorprendida de la rapidez con la que mi amiga se había convertido en alguien tan responsable, por no mencionar del insospechado talento que yo resulté tener para regatear y conseguir descuentos de grupo en autobuses y restaurantes. Además de mi intransigencia: "le voy a traer a 22 franceses, si algo pica no le pago".

Gleda hace mil cosas. Creó y preside una asociación que conjunta el diseño de modas con la búsqueda de soluciones para la exportación de algodón africano, tiene una carrera a medias en comunicación, mantiene a flote un programa de radio sobre hip hop y se ha ganado un montón de diplomas de "animatrice" que le permiten conseguir chambas tales como venir a pasear a 20 chavos de 20 años a México.

Pero de todo lo que hace Gleda, a mí lo que más me gusta es cuando canta. Así que en una de las poquísimas noches en que pudimos alejarnos del grupo le pedí que me cantara, como le pido siempre, como le pedía mucho a los 16 porque vivía sola en un país que no era el mío y a veces no tenía ni la más pálida idea de cómo hacer para no morirme de miedo de todo, y entonces ella me cantaba por teléfono o mientras caminábamos, en un parque o en los pasillos del metro, y yo me sentía otra vez muy quesque fuerte.

Hace ni dos semanas, en la Isla de la Piedra, frente a Mazatlán y pocos días después de la matanza en Creel, le pedí a Gleda que me cantara otra vez. Y aunque faltaba andar un kilómetro para llegar al campamento, y aunque llovía y estaba el ruido del mar, y aunque primero no quería porque dice que ya no entrena y ya no canta igual, y aunque me tardé toda la rola en encontrar una linterna, hice un videito de Gleds cantando.

Porque Gleds cantando es de las cosas más hermosas que guardo en la memoria y cómo para qué va a servir tanto aparato, tanta interface, si no para reproducir esa estirpe de cosas: las que te renuevan las ganas de empezar de cero, las que te hacen sentir otra vez fuerte, las que te obligan a no poner en duda lo vivo que estás.

 
dijo Laia Jufresa en punto de las 22:27 ¤ 1 posdatas
22.8.08
postal
Pinch:

Qué bueno saber algo alguito de tí. Pero, di, ¿qué tan al norte es "muy al norte"? Partiendo de Oaxaca caben muchos nortes: el de Gdl, el de Tijuana, el de Ohio, el del polo norte, tons, ¿cuál se deja pisar por tu irónica prisa de sureño un tanto neuras? Yo a mi neurosis recién la llevé a pasear bastante al norte, pero fue breve y ahora ya la voy bajando. En geografía, no en intensidad. Estoy cansada.

Te anexo un par de abrazos con jejenes incluídos, desde el notabilísimo y caluroso puerto de San Blás (que aún no salgo a conocer realmente, pues cuido junto con mi amiga Gleda a una chava francesa, que tiene 19 años pero cuya debilidad de los últimos días nos ha forzado a alimentarla en la boca con gerber de manzana... terrible). Mientras, leo a Philip Roth (todo un descubrimiento, una serie de putazos, nche guey) y me escapo a ratos al San Blas Social Club, un barecito verdaderamente excepcional, de cuyas paredes cuelgan viniles de jazz y en donde Bernardo, el dueño, te recibe dándote la mano como si la pasmosidad de su barba no desentonara entre el verde implacable del ruidoso San Blás. Pero lo más importante, Pinch, anota, lo más importante, al entrar allí, es el olor a tabaco.

Hasta hoy, para mí eso del "olor a tabaco" era una frase hecha, ¿sabes?, de texto adolescentil o mal hechote, pero no algo real, no algo que uno reconozca de veras, con la nariz conectándose de súbito a la entraña de lo sin palabras, como el olor a clavo en la cocina de la abuela o como el olor del sexo de un amante que no huele nunca como otro. No, el "olor a tabaco" era un mito de la bohemia romanticosa de huevérrima, lejos del humano olor del pedo propio, lejos del melancólico olor a chimenea, lejos del olor a podrido de lo que a cada uno nos revuelve el estómago. Lejano, pues. Artificial. Porque con el tabaco no funcionan los puentes: o bien uno es fumador y ni lo nota, o bien no lo es y entonces lo que nota es que "apesta" a tabaco.

Pero el San Blas Social Club, I am telling you, tiene "olor a tabaco", como en las novelas. Y aunque no te molestan ni el sol, ni el ruido de los sapos de las callejuelas lodosas del centro del puerto, cuando llegas al kiosko y como por azar cruzas esa puerta en esa esquina, no puedes impedirlo: huele a tabaco y te impregnas, el jazz te mece, la barba de Bernardo -¿qué otro telón que ése, canoso y terso, podría tener su sonrisa?- te absorbe, y entonces te tienes que sentar en uno de los banquitos, quedarte un rato, desmentir algunos clichés pero no puedes, porque estás allí sentado sabiendo dos cosas al mismo tiempo, la primera es que harías mejor en apurarte a rayar de tu descripción las frases hechas, pero la segunda es que, así es, ni modo, como en los putos libros: hay lugares en los que el tiempo se detiene.

En fin, reciba usté oh noble monsieur P, un puñado de besos sin foto, norteños mas no norteados, su lai
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 16:34 ¤ 7 posdatas
17.8.08
matanza en creel
hubo un derrumbe y ayer no pasó el tren. tuvimos que quedarnos en creel. norberto, que ya tenía otro grupo grande ocupando la cabaña, nos recibió con su usual serenidad y nos dejó acampar entre sus caballerizas. ni modo, nos dijimos, un día más en creel. creíamos que ya lo conocíamos todo, pero es falso, porque apenas anoche creel cambió para siempre. no exagero: anda cabizbajo y desconcertado de un modo en el que ni él mismo se reconoce. quizás en unos días, los nuevos turistas creerán ver el mismo pueblo que yo aún conocí, pero es falso: bien adentro, en la entraña y la memoria, creel ya no es lo que era.

ayer fue 16 de agosto: mi amiga valeria cumplía 25 años y bajé al pueblo para llamarla. de regreso, pasaba norberto y nos ofreció aventón. gleda y yo nos trepamos a la pick-up, ya bastante llena de los "franceses de lo otro grupó". y luego, en el preciso instante en que giramos a la izquierda abandondo la calle principal, empezó la balacera.

todos pensamos que eran fuegos artificiales. todos, incluso norberto, que paró la camioneta para que viéramos los cohetes. estábamos en una boca-calle, yo de pie sobre la pick-up, viendo el humo y oyendo los cohetes que no lo eran, cuando la gente empezó a correr. un señor jaló a sus niños para meterlos en la casa. yo golpeaba el techo de la cabina de la camioneta, hasta que vimos aparecer uno con metralleta, corriendo a escondidas de nuestro lado. entre nuestro lado y el lado del humo, había sólo una casa. sólo norberto, gleda y yo vimos el arma. no dijimos nada para que no cundiera el pánico entre los adolescentes, que -exactamente como nosotros- no entendían lo que pasaba.

fueron catorce los muertos.

de los catorce, seis tenían menos de 20 años. uno tenía dos y murió en los brazos de su padre, profesor de la primaria de creel.

fueron 14 los muertos y medio creel estaba emparentado. anoche, ya bien entrada la hora de los rezos, para no traer a los chavos al pueblo venimos a comprar comida. no habìa nadie en las calles. policìa circulando, gente yendo a la funeraria, todos con el gesto distorcionado. mientras esperábamos los 23 hot dogs, escuché la charla, a media voz, entre norberto y la gente del puesto. también se echaron al felipe. ¿el hijo de fredi? ése mero. pero si era bien tranquilo, ni pistiaba. le dejaron un boquete de este tamaño en la garganta... luego tuve que alejarme porque no aguanté las descripciones de los cadáveres, que aún sostenían la posición, puesto que para mover los cuerpos había que esperar la llegada de los peritos de chihuahua...

mientras yo, ya de vuelta al campamento, repartía hot dogs y papas entre veinte adolescentes agotados, como trasnochados de haberse quedado primero sin tren y luego sin entender un carajo, empezó a llover.

nadie lo decía, pero era imposible no pensar en los cuerpos, inertes a media calle, el terror moldeando la última posición que conocieron. era imposible no pensar en la lluvia cambiando de color sus ropas, inundando sus cavidades, golpeándoles los ojos con el tamborileo despiadado de su gota a gota.

a salvo de la tormenta, mirando caer el agua sobre el pueblo desde nuestro asilo, cómo no diluirse en la idea de aquellos catorce gestos de sorpresa, finales y ensangrentados, cómo evadir la imagen de la lluvia desdibujándoles la vida, y de la sangre deslavándoseles.

me era imposible no pensar en felipe y su boquete, de este tamaño, en la garganta; o no pensar en las muchas balas que terminaron por atravesar la frente del hombre con quien esa misma tarde habíamos hablado, para negociar el precio de las cicletas que nos rentó; o no pensar en un niño de 2 años, aplastado por el peso de su padre, que debía ser enorme: el peso de la desesperación por protegerlo. un niño que, dicen varios, parecía dormido. primero hubo quien se acercó pensando que si no se movía era por el peso del cadaver encima, pero allí veían que no, dicen, porque no movía los deditos. y entonces daba vergüenza estar vivo, al pensar que ahora ya nadie se le acercaba al niño. ni la madre que tenía que llorarlo al otro lado del cerco de militares, ni los peritos que a saber por qué tardaban tanto, ni los pájaros que vienen con la sangre. y entonces había que callarse. llovía sobre creel y callábamos, buscando a escondidas cómo no pensar en los catorce muertos, o resignándonos, pensándolos a fondo: tan solos, tan fríos sobre el pavimento, con sólo la lluvia para abrazarlos.

ahora tengo que ir a tomar un tren y me pongo periodística. pienso que los "balazos" de los diarios corresponden a la lógica de los balazos reales: no hacen falta adjetivos, no hace falta adornar, el estruendo va implícito y es redondo: no hay otras palabras, no cabe la metáfora, lo de ayer sólo puede llamarese "matanza en creel"

ahora el pueblo está distinto. se sabe a ratos roto, a ratos sobreviviente. lo sobrevuelan dos helicópteros: uno azul oscuro y uno blanco con raya verde, no sé de quién serán. la calle està llena de militares, tira de toda índole y armas de mucho calibre. a buena hora, muchas gracias. (de todos modos, a los policías locales -con su pistolita 22 y su sueldo de mil varos la semana, nadie va a reclamarles que no se hayan acercado a la balacera...).

ahora el pueblo está desvelado, deslavado, los que abrieron sus tiendas te atienden sin mirarte. si alguno te pregunta cómo estás y dices "sacada de onda, como todos", entonces alzan la vista y platican contigo. estuvo muy duro, dicen. ¿a cuál conocías?, te preguntan. primera vez, primera vez, creel no es así, te aseguran. algunos te platican que sí, sus amigos son narcos y todos saben quién es quién y cuál juega a qué, pero que esto, esto...

y el doctor, mientras que yo le traduzco síntomas y él palpa a los enfermos, mientras que él diagnostica gastroenteritis y esguinces que yo maldtraduzco de regreso, me cuenta su visión de las cosas. y, cuando nos depedimos, me regala su conclusión resignada, de viejo sabio del pueblo: "que en creel eso ya no pasa, es algo que ya no vamos a poder decir más nunca..."

si hoy pasa el tren me voy de creel. me llevo 14 muertos en la cabeza, y un ligero pero constante temblor en las rodillas.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:34 ¤ 11 posdatas
13.8.08
también en creel la lluvia es engañosa
Comienza ligera. Te dices que vas a aguantarla, que ya está cerca el pueblo, lo mides con la mirada inexperta, te convences: unos cinco minutos, máximo. Te olvidaste el rompevientos, pero no importa, porque es leve la lluvia y no vas a empaparte. Y porque traes en la mochila una bolsa de plástico. La sacas y con ella envuelves la mochila. Sigues caminando. Esquivas los charcos. Saltas las bardas que hay que saltar y vas maravillándote con lo rápido que las nubes viran del blanco al gris. El agua arrecia. Ahora sí es segurísimo: en menos de otros 5 llegarás al pueblo y habrá dónde refugiarte. Al cruzarla, se te atora el pantalón en una cerca de púas y te dices que está mejor así: hay que ir cavando los huecos, partes esenciales del todo. Finalmente entras al pueblo. Se ve medio vacío, como espantado por la lluvia. Lo surcan las vías del tren, algunas trocas, un montón de charcos. Te crees muy valiente porque estás empapándote.

Entras en un café. Así pone afuera: “café”, très sofistiqué. Pides el baño. No hay agua, te dicen, ve al hotel de enfrente. No te sorprende, pasa lo mismo en donde tú estás hospedándote. Entras al hotel. Hay un lobby grande, con un par de juegos de sala y una chimenea de piedra. Está apagada y aun así el cambio de temperatura es notable. Vas al baño. Al salir te sientas frente a la chimenea, te quitas el sueter, lo cuelgas un rato en el respaldo. Te quitas el trapo de la cabeza, lo extiendes, te envuelves. Hay una pareja de alemanes en otro de los sillones. Te resulta imposible saber si conversan o discuten. Los gestos no mutan. Desenvuelves tu mochila y extraes tu libro. En el mostrador de la recepción aparece una señora. Hundes la nariz en la lectura, para que se note menos que no es allí que duermes. Un rato después Nathan, el personaje principal, confiesa al fin el evento que propició sus 11 años de exilio en una cabaña de Nueva Inglaterra, a varias leguas de silencio auto impuesto y unos 200 kilómetros de Nueva York. En su cabaña, dice, había una chimenea de piedra. Miras la tuya. Está apagada. Lees un rato y al final parece que la lluvia ha mermado. Te dices: "la lluvia ha mermado".

Te enfundas el suéter. Está húmedo porque la chimenea está apagada. ¿A qué hora desaparecieron los alemanes? Vas hacia el baño. La mujer en recepción te devuelve la sonrisa. Claro que eres huésped suya, se dice, si usas con tanta familiaridad su sala cómoda y sus preciadas reservas de agua. Al salir del baño le esquivas la mirada. Piensas que llueve mucho para un pueblo tan sin agua. Has envuelto tu mochila en plástico y sales a la calle. Entonces lo ves: un perro caga a mitad de la calle. ¿Qué clase de imagen es ésa? Te detienes. Confirmas: está cagando. Te ríes por dentro. Algo tan simple. Pero es verdad: nunca antes viste un perro cagando tan tranquilo a mitad de una calle, bajo la lluvia, sobre el cemento, entre las trocas. Qué manera tan estúpida de marcar territorio, te dices. Apuras el paso. Sigues la calle principal de Creel. Debe serlo. Necesariamente. Porque es la calle que bordea la vía del tren.

Tienes hambre. Son las 3. Pasas delante de varios restaurantes. Se ven oscuros. En la cabaña donde tú y tu grupo viven hay comida, toda esa comida que hoy compraron. Pero está lejos y, quizá porque son las 3, tú ya tienes hambre. Te decides por un restaurante en una esquina. Está lleno y parece más luminoso que los otros. También es porque hay una familia enorme de menonitas y te da curiosidad verlos de cerca. Son un circo porque tú eres una turista. Te sientas y te das cuenta que ellos están por irse. Jurarías que hablan en inglés. Pero también que hablan lo suficientemente bajo como para que tu ignorancia del plautdietsch te convenza de que hablan en inglés. Un joven visco y serio te trae la carta. Un grupo de mujeres y niños tarahumaras se recargan en las ventanas del restaurante. Ellas llevan trapos en la cabeza, anudados de la misma manera que las mujeres menonitas que ahora se levantan de su mesa. Las diferencias entre ambos grupos son un asunto de color. De ojos y de piel, pero también de vestimentas. Y de quién come adentro y quién afuera, claro. Piensas en el queso menonita que compraron esta mañana y no has probado. Piensas en si vas a comprar canastitas verdes a las niñas de allá afuera. Una turista. Y, por el momento, de una especie simplona: sin grupo y con frío, de la especie turista más recurrentemente tonta: la más etiquetadora. Ordenas una pechuga de pollo con ensalada, y pides mostaza.

Te quitas el suéter y lo cuelgas. Sacas el libro pero no lo abres. Se van los menonitas. Traen backpacks. Continuas con tus reflexiones profundas: ¿habrá una especie de turista menonita? ¿Son de Chihuahua? ¿Son una sola familia? Cuando se han ido cuentas los vasos. Hay quince. Y tres cascos de coca cola. ¿Beben cocacola? No sabes nada de menonitas. No sabes nada de tarahumaras. Sólo sabes decir kuira. Saludarías, pero hay un vidrio. Es más: las mujeres de la ventana ya no están. Sólo queda una, que ha ido a sentarse en unos escalones al otro lado de la vía. Tiene una trenza muy larga, una falda muy colorida y un rompevientos rojo y cubridor que le envidias.

En las mesas alrededor hay varias familias. Comen en un silencio casi perfecto. “Norteños…”, te explicas. El visco llega con tu pechuga de pollo humeante. Le pides mostaza. Tu plato huele a hot-cakes. Muy raro. Te dices que el color oscuro de la pechuga quizás anuncia un condimento extraño y dulce. Te equivocas. No sabe a miel. Además, está estúpidamente salada.

En la tele había una telenovela pero ahora se han pasado a las olimpiadas. Es un canal que se ve muy pero muy mal. Televisión puntillista. De todos modos, sabes que son gimnastas olímpicas. Pasa una china y te acuerdas que recién te contaron que les alargan los tendones de las ingles. Te da escalofríos. Entra en el restaurante una familia pequeña. Kit básico: padres y un bebé. Ocupan –qué capricho, piensas- la mesa enorme y ahora limpia de los menonitas. Pero muy pronto hace aparición la extensión de la familia -varios niños, dos mujeres, un adolescente y un abuelo- y la mesa larga se llena. Todos tienen la tez oscura y los ojos de un miel muy claro. No sabes bien qué gentilicio o adjetivo acomodarles. Carajo, piensas, tan bien que iba lo de la turista que viaja etiquetando. Piensas en tu abuelo. Piensas en tu bisabuelo. Ahora, porque encontraste por facebook a un primo lejano, sabes un poco más de él. Pero es nada. Sabes nada de menonitas, nada de tarahumaras y nada de jufresas. Te enoja que el visco nunca te trajo tu mostaza.

Pagas el pollo y sales del restaurante. Chispea apenas. Tienes sueño y no sabes bien dónde meterte. Falta una hora para que llegue la mantequilla. Caminas. Cruzas una, dos, tres veces las vías. En tramos hay lodo, en tramos piedra, en un sitio se ha pavimentado un cruce de coches sobre las vías. Te das cuenta de que no las cruzas tranquila. Miras izquierda-derecha varias veces cada vez. La verdad es que un tren es un animal que desconoces. Una arteria romántica. Un artilugio de postal. De pronto te preguntas: “Si hubiera pasado un tren cerca de su cabaña, ¿hubiera logrado Nathan alejarse tanto del mundo?” ...Piensas en Zapopan: pasaba el tren muy cerca de tu casa. Lo escuchabas todos los días. Allí iba su panza llena de otros lares y otras etiquetas… pero no, el tren no era un animal del tipo que haga puente. Es decir: tampoco leíste un solo periódico en los 5 meses que viviste allá. Entonces un tren no hubiera cambiado nada para Nathan. Aunque es distinto. Porque él no tenía ni teléfono y tú tenías hasta internet. Y un blog, claro, y un trabajo. Piensas en tu bisabuelo, el hombre que adrede deformó su apellido antes de heredarlo. Dice Pep que lo suyo era la política. Te preguntas si se retorcería en su tumba, de saber que una que porta el apellido de su autoría padece tan innoble alergia a las noticias. Caminas un rato con todo eso girándote en el cráneo. Y entonces la ves: la banca marcada. Luego, hace aparición un sitio de internet.

Entras, pides máquina, te quitas el suéter y lo cuelgas, abres tu mail. Lees sólo lo relativo a la chamba. Adornas tus respuestas con comentarios elusivos a Creel, pero los borras antes de enviarlos. Tu paisaje actual no incumbe ni a abogados ni a editores. Y además, es importante parecer práctica. Centrada. Eficiente. Roth describe a la mujer que semanalmente limpia la casa de Nathan –para que éste continúe su escritura frenética en su soledad intransigente- como “eficiente”. No tiene nada de especial, pero sabes que es por haber leído eso hace unas horas que la palabra te viene a la mente. Quizás incluso la voluntad de aparentar eficiencia. Lo logras: terminas con la chamba y entras al blog, quieres contar lo de la banca.

La viste hace un rato. Era un asiento alargado, hecho de piedra y pegado a la fachada de un restaurantito. Labrado, en letras de buen tamaño, ponía: CORTESÍA DE JOSE LUIS PERALTA. Te hizo sonreír. Te imaginaste un par de historias. ¿Qué había impulsado a José Luis Peralta a tan noble acto de cortesía, por no mencionar tan peculiar acto de egocentrismo? ¿Qué implica donar un asiento y qué esconde la voluntad de ver el nombre propio siendo una y otra vez ocultado por los más diversos traseros, de las más diversas culturas dada la localización de la banca? Te preguntas con sorna si ahora tú podrás morir tranquila, sin haber antes dejado tu nombre, labrado en letra grande, en una banca. Qué manera más estúpida de marcar territorio. O más simpática. Un perro cagando a mitad de la calle.

Te preguntas otra vez por el bisabuelo: ¿de dónde esas ganas por cambiar el “Jofresa” por “Jufresa”? ¿Sería un acto político? ¿Una voluntad por demarcarse? Te invade la curiosidad pero te dices que para las hipótesis harían falta más datos, que te va mal lo de ir etiquetando, y que en Creel ya han dado las 5 de la tarde. Es tiempo de irse. Cosa de postear todo esto y salir de aquí. No hay café y no se puede fumar e intuyes que si osas releer el texto odiarás la segunda persona y querrás reescribirlo y te quedarás frente a la máquina número tres hasta bien entrada la hora de la mantequilla.

Cosa de cerrar, entonces. Y salir a la calle. Atravesar las vías, caminar, dejar atrás el pueblo, saltar las bardas, pasar por la compra, llegar a “casa”. ¿Habrán vuelto ya los otros? Te alegra pensar que cuentas con poco más de 10 cámaras para obtener fotos de los gestos y caídas de tu amiga Gleda y su caballo. Tú tienes unas de la actuación premonitoria que hizo hace un rato. Pero no tienes cable de la cámara. De lo contrario ya hubieras posteado las de esta mañana: Gleda y tú trepadas en una pick-up, 9:30 am y ya agotadas. La pick-up atascada de bolsas y cajas. Dentro: todo lo necesario para alimentar –desayuno, comida, cena, aperitif y hasta “gouter pour les randondées”- a 23 personas. O eso creían, hasta que en el desayuno de hoy hizo falta el azúcar, se acabó la mantequilla y se hizo patente la ausencia de servilletas y cerillos. Yo me encargo, dijiste tú porque ibas a ir al pueblo de todos modos y porque los demás partían a la caminata o a montar los caballos. Y después de tu segundo café te fuiste al pueblo, pasaste por la tienda, compraste todo lo que hacía falta menos la mantequilla, que les llegaría hasta por la tarde, a las cinco de la tarde. Te enorgullece haber abandonado lo comprado en la tienda, y haber salido sólo con una bolsa vacía, como precaución, porque comenzaba a caer una lluvia fina que, te dijiste, no iba a empaparte.

Estás empapada. Es tiempo de cerrar esto sin releerlo, salir a la calle, cruzar de regreso el pueblo. Vamos, es pequeño. Y extraño. Creel es extraño. Está hundido a 2,300 mts de altura y bien pavimentado, sumido entre pinos y piedras gigantes. Según te explicaba Norberto esta mañana: un 60% de sus habitantes viven del turismo, el resto de la industria forestal o el narcotráfico. Creel hoy no tiene agua, pero está empapado. No huele a miel pero atrae extranjeros como a moscas. La mezcla básica de franceses y locales palidece frente a otras más exóticas. Si ves un tarahumara con taparrabo, no es de aquí: viene del “fondo del barranco”, unos 1,500 mts más abajo, donde el clima es más cálido. Si ves a un menonita con back-pack, no viene de aquí. Si ves a una morra empapada, con 2 uñas rojas, un trapo y una mochila envuelta en plástico, no viene de aquí. Viene saliendo de un pasaje en el que hace una hora se enreda párrafo tras párrafo, hablándose.

Cosa de darle “publish” a esto. No releer, salir a la calle. Abandonar de tajo esa embriaguez particular de la escritura cuando se torna imparable. Ah, la reticencia… y es que también en Creel la lluvia espanta. Y hace virar el día de alguien. Del azul al blanco al gris. También en Creel la lluvia es caprichosa. La sentiste llegar, la dejaste recorrerte, la describes infructuosamente desde una ventana mientras te narras tu día, párrafo tras párrafo, en una máquina. Y luego ahora vas a publicarlos. Tus propios pasos. ¿Por qué? ¿Para qué? Un intento estúpido por marcar territorio o demarcarse.

-Un perro cagando en mitad de la calle, un hombre labrando en un banco su nombre, un padre trucando en una vocal toda las futuras identificaciones de su prole. Tal vez la esencia de toda escritura se cifra en el más común de los tags: LAIA WAS HERE

Y ahora es cosa de cerrar esto. Esto que te narras porque no sabes de trenes, o porque no tienes la fuerza de Nathan, o porque todavía crees que va a parar la lluvia o dudas que haya llegado la mantequilla, o quizá te narras para etiquetarte; o quizá, simplemente, porque hay tardes en las que narrar es casi lo único que, en tu opinión, huele a miel sin engañarte.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:46 ¤ 4 posdatas
8.8.08
lo del asombro
El 07.08.08 incurrí en mi primer (y último) acto de corrupción. Me paró un tira porque no circulaba. Le lloré que iba al aeropuerto por mi amiga, que mi nave circuló 10 años con calcomanía cero y que por favor entendiera que fue una distracción por costumbre… pero luego resultó que, por si fuera poco, tampoco encontré en mi bolsa mi licencia. “No circula y no trai licencia... Uy, señorita... Su multa va a ser de más de 2 mil pesos…” Allí me hizo el choro de "¿Qué puedo hacer para ayudarla?" donde yo antes siempre había dicho “¿me está pidiendo una mordida” muy de frente, muy tajante y con mucho orgullo …Pero ayer me vi dejando a Gleda plantada en el aeropuerto, perdiendo la tarde en el corralón y quedándome sin dinero… y dije OK. Le di lo único que tenía, mi dinero para este finde: 1 billete de 500... No le encantó: Uy, ¿quinientos? No traigo nada más, es más, ¿no podría darme algo de cambio, oiga, para no quedarme en ceros? No, pues cómo, señorita, si yo le tengo que dar la mitad a la unidad… Fue horrible. Le di el billete en la mano y él anotó algo en un papelito y me lo entregó: “con esta clave ya puede circular el resto del día...” Y circulé todo el resto del día.

I do not feel proud. Claramente TENGO que poner un postit en mi nave de que no circulo los jueves. Pero lo terrible es la sensación: es innegable: ese policía realmente me hizo el paro. Yo estaba cometiendo dos faltas y me zafé con dinero. Provengo de un historial escuela-activesco, desprecio la educación a base de castigos, pero ya entrados al juego: ¿cómo se construye la civilidad? Si sobre la autoridad que está sobre la autoridad que está sobre la autoridad lográramos colocar a alguien recto, si se fuera limpiando la cadena, si yo no pudiera zafarme de mis faltas, si hubiera tenido que dejar plantada a Gleda, y perder mi tarde y mi dinero, ¿no hubiera aprendido algo mejor? ¿No hubiera aprendido que no circulo los jueves, que no debo manejar sin licencia? En vez de eso, ¿qué aprendí? Que todo es posible, que todo puede resolverse en corto. Un aprendizaje que da asco cuando extrapolado.

Así que el jueves llegó Gleda, mi mejor amiga de la prepa. Hacía 4 años que no la veía. Vino a México de "directrice de sejour", osease que a acompañar-cuidar a una bola de chamacos. Fui al aeropuerto por ella y por su "binome" (el otro "responsable de grupo") y por sus 20 chamacos (que tienen 18-20 años, tons de chamacos no tienen gran cosa). Luego fuimos a su hotel del centro y ya allí pude ver su itinerario: zacatecas-chihuahua-tren- creel-tren-mazatán-acampar con hamacas 3 días en la isla de piedra-gdl-guanajuato-df. El binome me mostró el recorrido en un mapa y me emocioné. Luego hubo una junta sobre las "reglas" del viaje (básicamente: lleguen a tiempo a los rendez-vous y no se droguen, gracias) y ya casi a media noche llevé a Gleda a comprar 22 boletos para partir el viernes en la noche a Zacatecas. Platicamos lo que pudimos durante los trayectos y, para no hacer el cuento largo, acabamos comprando 23 boletos.

Luego, la fui a llevar a su hotel y me di cuenta que acababa de enrolarme en un largo viaje. Entonces sonó mi celular y eran unas felicitaciones por parte de Claudia. Le marqué y le dije "no mames?" y Ella dijo: "sí!". Y entonces supe que me habían dado el FONCA, que es como decir que acababa de enrolarme en otro viaje.

Mi estatuto es un poco raro en este viaje. No soy ni chamaca por ser cuidada, ni cuidadora responsable. Soy algo así como la traductora voluntaria que tiene derecho a irse por su lado cuando se le pega la gana (como ahora, que me agarró la lluvia en Zacatecas). Por lo pronto, esta mañana quedó determinado que mi apodo será "trinome" y todavía no retengo el nombre más que de 2 de los chavos. Son 20, tampoco haré grandes esfuerzos con los nombres, lo compartido será suficiente para conocernos. Noches de camión, hoteles cuya regadera está sobre el excusado (es en serio), comidas de 25 pesos, ahhh, la juventud, hace mucho no echaba un mochilazo. Jo, a ver si lo aguanto.

Lo cierto es que me alegra esta nueva racha inesperada que el 08.08.08 me abrió de pronto: mochileo y fonquita para escribir cuentos sobre insectos. Ciertamente, el texto en este blog fue más inspirado cuando no me dieron la beca. (Para comprobarlo, clic aquí). Pero si alguien todavía cree que la tristeza es la mejor compañera de la creación (y bueno básicamente porque lo más seguro es que me tarde en volver a postear), les dejo esta peliculita. (The Danish Poet, 15 minutos, vale mucho la pena)

Antes de tomar el bus a Zacatecas, vi en la tele el mero final de la inauguración de las olimpiadas. Y aunque nunca jamás hubiera pensado que citaría a López Dóriga, qué tal que el güey dijo: "cuando se pierde la capacidad de asombro, la vida pierde el encanto".
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 13:09 ¤ 5 posdatas
7.8.08
zoo zoo
Mi amigo Andrei es un cerdo. Como yo, del ochenta y tres. Hace mucho no lo veía. Hoy vino a comer. Vino también Tryno, que hace mucho no veía y es serpiente. Del setenta y siete. Comimos ensalada griega los tres, mientras Piropos paseaba por la sala su recién adquirida hiperactividad. Piropos es un gato, aunque si los cálculos del veterinario no fallan, también es una rata. Del 2008.

Con Tryno hablé sobre los cuentos que una vez más prometí enviarle. Cuando se fue, hablé mucho con Andrei sobre el auto-sabotaje: el modo en que dejamos que la tristeza o la dispersión filtren nuestras cotidianeidades, quitándole tiempo/espacio a hacer lo nuestro. Lo que él llama nuestras “happy things”. Para mí es escribir, para él son las mates. Escribir sin parafernalias: la hoja y yo. Hacer mates sin prejuicios: la ecuación y él.

Cuando Andrei se fue, me dije que me sentaría a trabajar esos cuentos. Pero antes, salí a comprar cigarros. Al volver, vi a una chica abriendo la puerta de a lado de mi casa. Le pregunté si había rentado el departamento y me dijo que sí. Me presenté. Se presentó. Le dije: Tengo un gato y tengo miedo de que se meta por tu ventana. Me dijo: Qué bueno que me dices porque yo tengo una rata. Le dije: ¿Una rata mascota o una rata que se metió? Dijo: No, no, es mi rata. Agregó: Es una rata egipcia.

Pensé en explicarle que mi gato también es una rata, mexicana, en el horóscopo chino. Pensé en preguntarle como por qué alguien traería una rata desde tan lejos habiendo tantas aquí. Dije: Les ayudo -había hecho aparición su marido- a bajar cosas del coche. Cuando terminamos, volví a casa y abrí la compu para escribirle a Nydia.

Nydia es gallo, del 81, y había intentado rentar el departamento de a lado. Ella y su marido, Alejo, que no sé qué es, pero sé que tiene un perro. O perra, porque se llama Jobita. En mi novela también hay una Jobita. Es una tortuga y se llama así porque Tryno le puso ese nombre. Jobita, la mía, es perro. Del 2006.

Así que yo había imaginado una feliz cotidianeidad compartida de patio a patio con Nydia y Alejo. Mis cubiertos, sus vasos, mi gato-rata, su perro-tortuga, en fin, all our happy things. Y aunque la chica de la rata egipcia y su esposo parecen simpáticos, cuando cerré la puerta, prendí la compu y tenía cigarros, me invadió una cierta nostalgia de lo que no será.

Supongo que es la misma nostalgia de cuando murió Ramiro (2004-2008, chango), llevándose consigo todos esos textos míos a medias, los textos que no serán. Y supongo que es justo una nostalgia del tipo invasora. De la estirpe a la que yo le abro de par en par las puertas, a la menor provocación.

La compu sigue abierta y el cuento cerrado. (¿Es así como pasan las horas, como pasan los días, como se arman los blogs y como uno se aleja sutil pero perceptiblemente, de sus happy things?) Abierta, la compu dictamina: hoy ya es mañana. Siete de agosto. Es cumpleaños de mi primo Ruy (que es rata) y de mi abuelo Ramón (que en paz descanse).

Quizás escribir, cocinar, hacer mates, en general crearse las happy things, no es más que entrarle -de par en par abrirle la puerta- a la eterna batalla de lo posible contra lo pasado. De la experiencia vs la añoranza.

Concedámosle sabiduría a los horóscopos: si nadie predice lo que no será, es porque “lo escrito” depende únicamente de la primera piedra. De las estrellas en el momento del inicio. De la hoja en blanco. Y lo demás -lo ido o no llegado, los puntos finales, las lápidas- es lo de menos. Porque está fijo, porque está muerto.

Sin parafernalias, la ecuación y yo, digamos que comencé a entristecer a los tres años de edad. Anoto : 1986 : mis nostalgias son un tigre.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 01:41 ¤ 7 posdatas
29.7.08
bodana
Pues ya está: Pierre y Ana casáronse, ahora en Mex. Fue hermoso. El Mils inventó un ritual que aunque fue juzgado de "boda de escuela activa" acabó haciéndonos muy felices a todos. Lo más agotador fueron las telas. El chiste es que hubiera telas y plumones en las mesas, para que cada invitado anotara un mensaje pa los novios. Eran 150 cuadrados de telas de colores y una tal Jufresa -un día antes de la boda- tuvo la idea de que para amarrarlos debían tener cada uno, en cada esquina, un linstoncito. Primero me vieron medio feo pero a la hora de la hora todos le entraron a la amarradera:

(nótese que Mila y Duende prefirieron coserlos... so old school, tuvimos que reprimirlas porque la verdá es que avanzaban re lento...)

La otra cosa laboriosa fue armar el laberinto. Era un laberinto huichol que los novios debían recorrer. Ésa era la parte más ceremonia de la ceremonia: lo recorrían de espaldas y al encontrarse... estaban casados.

Cuando faltaba un mes para la boda, teníamos un elegantísimo plan de construir el laberinto en alambre y colgarlo del techo para que descendiera sobre la tarima a la hora del ritual. Cuando faltaba un día para la boda, decidimos pintarlo en una gran tela. He aquí el comienzo de la pintada: lo que se dice "la maqueta interactiva"



Bueno... hubo algunos impedimentos...



Pero al final todo salió muy bien. El sábado Klaus y Rodrigo se treparon en unas largas escaleras y colgaron 300 papeles picados (de todos los colores: palomitas, flores, "Ana y Pierre" y "Felicidades") que Mila había mandado hacer por internet. (Esa anécdota casi que amerita un post aparte: cómo encontrar decoraciones típicas en medios alternativos...) Había sillas amarrillas, rojas y naranjas, y las mesas empezaron a llenarse de platos, cubiertos y mis bellísimos bultitos de 10 telas -con 4 listones cada una, muchas gracias.

Eventualmente todos nos bañamos y emperifollamos. Llegó Abril guapísima en vestido a pedir zapatos, pero acabó usando sus dr martins bajo el vestido largo: detashazo. Tuvimos sesiones de pasadores, maquillajes, planchadurías, y al final así (aquí algún día habrá una foto) nos veíamos todos: des-pam-pa-nan-tes.

Bajamos con nuestros nuevos looks y fueron llegando poco a poco los demás invitados. Hicieron aparición unos caballitos comestibles -hechos con pepino, zanahoria y jícama- que nunca probé pero se veían rete lindos. A eso de las 3 o 4 entró la banda de chinelos a todo lo que da la tambora y junto con ellos los meseros con el mole. De vez en cuando nos parábamos a asomarnos en las otras mesas para checar que la gente estuviera deshaciendo mis bultitos para escribir en sus telas. Un hit, if I may say so.

Después de comer volvió a sonar la banda y entonces los delegados acarreamos a la gente alrededor de la tarima. Cada mamá colocó en un lado de la tarima su tela. Luego Raúl, su padre, cargó a Ana y JB, amigo de Pierre importado desde Lyon, cargó a Pierre. Los colocaron paraditos sobre su cuadrado de tela materna. Luego, cada invitado pasó a amarrar su tela alrededor del cuadrito de cada uno de los novios, y se fue formando un enorme telar de muchos colores y muchos mensajes. (Más tarde acabamos enredando a los novios en él, y aunque eso no estaba planeado, fue una de las mejores partes.)

Los novios recorrieron el laberinto y al encontrarse hubo mucho beso, aplauso, arroz (bueno no hubo arroz pero como si hubiera habido). Y entonces Ana aventó su ramo hecho de atrapanovios de colores que volaron en todas direcciones. (Era un guiño a la justicia universal: ¡estamos cansados de que el ramo le toque a una sola morra!). Mucho más tarde aventó la liga (le decíamos "liguero" pero cuando Ny, Chofs y yo fuimos a comprarlo nos regañaron arduamente en la tienda de novias: "el liguero detiene las medias, la novia lo que lleva es una liga", uf...). Lo cachó el Aletz. A mí eso me parece bien: ¡ya cásate, Aletz, nosotros te amarramos tus listoncitos!

El viernes, después de tanto preparativo, nos fuimos a dormir agotados, dispuestos a reposar el esqueleto para el bailongo del sábado. (Cabe destacar que la musicalización del bailongo corrió por cuenta del Don Dani y el Onder, a quienes les estaremos para siempre projundamente agradecidos). Pero un poco antes de ir a reposar, cuando habíamos terminado con los listoncitos, me senté un rato con JB -quien no habla español- a traducir el speech que daría al día siguiente en español.

Y traduciendo se me había ido despertando el vicio del palabreo: para cuando subí a mi cuarto ya era irremediable: tenía instalada la cosquillita de la escribidera. Así que en vez de dormir me puse a escribir en una libretita, y a la mañana siguiente bajé en pijama para solicitar permiso de los novios para leer algo en la fiesta. Ana dio brinquitos y Pierre me abrazó. Yo eso lo interpreté como un afirmativo y al final de la ceremonia del laberinto y el telar, después del de JB, tomé el micrófono y -aunque me temblaba todo el cuerpo y en varios párrafos casi lloro- leí este spich:

26.07.08

Anoche se me acercó Pierre y me dijo “estoy emocionado”. Acababa de pasar una media hora frente a un comal, preparando quesadillas para un alemán semi español, una inglesa medio brasileña, un escalador, su mejor amigo de la prepa, su cuñada -que es bailarina y es también mi amiga más antigua- y para una mexicana de nombres y apellidos tan impronunciables que todos siempre la hemos llamado “Mila”. Viendo aquel desorden de idiomas y cariños entrelazándose con toda naturalidad entre el queso y las tortillas, recordé una vez más esta anécdota:

Serían los bajos noventas. Estábamos en los mismos bungaloes de cada año, en Casitas, Veracruz. Como cada año, estaban mis primos y las Rechtman: Ana y Paula. Pero ese año Ana -tres años mayor que Paula y yo-, había dado un insospechado salto hacia esa historia sin fin que por ahí llaman “madurez”, optando por abandonar nuestras coreografías acuáticas en pos de un libro. ¡Un libro! Habrase oído cosa más vil.

Ana se echaba en horizontal y se pasaba horas leyendo. Como si allá afuera no hubiera el mar, como si dentro de ella sucedieran juegos de los que no podíamos participar los demás, y a mi eso me daba muchos celos. Sentía que habíamos perdido a Ana para siempre, que se nos había pasado al bando de esa gente rara que prefería los camastros al agua. Bando al que, lo tenía muy claro, yo no ingresaría jamás.

Más tarde, claro, yo también entendí todo el bla bla de los libros, pero la historia con Ana se repitió muchas veces más. Estuvieron las mudanzas, la manejada en carretera, la carrera, la albañilería, la vida en pareja… todos pasos en los que miré a Ana precederme. Y aunque de ella aprendí que no había recetas, siempre otorga cierta tranquilidad saber que alguien nos ha precedido.

Anoche, sobre un plato de quesadillas multiculturales, yo entendí esto: pueden divergir los caminos y ampliarse los horizontes, pero en el mundo entero existe una sola persona que yo considere mi hermana mayor, y esa persona es Ana.

Así que ahora que se casa (por segunda vez pero con el mismo) me resulta natural mirarla con admiración y como esperando que la alegría que destila cuando está con Pierre, sea también hereditaria: que nos inunde a todos algún día.

Armados de “El libro de las tartas” y los muchos pairex de esta casa, los novios llevan tres días haciendo pasteles. Son postres que, intuyo, tendrán el sabor de la emoción de él, y el regusto dulce de la dulzura de ella. Son postres de paz, porque siempre otorga cierta tranquilidad que haya gente como Ana y Pierre, gente cuya suma le suma belleza al mundo.

Sólo queda pues, invitarlos a todos ustedes a probar los pasteles de esta feliz y por demás sabrosa pareja de novios. Y brindar por ellos. Brindemos.


¡Brindemos!
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 12:53 ¤ 3 posdatas
24.7.08
super perfundo on the early eve of your day
En esas not so memorables épocas cuando yo "estudiaba" filosofía, algún compañerito de banca (es decir, algún acompañante ocasional de ingesta de café aguado en el patio de la cafetería), me dijo que TENÍA que ver Waking Life. Yo entonces propuse que fuéramos todos a rentarla y verla a mi casa, en lugar de ir a la clase que teníamos. La banda aceptó y la expedición fue un fracaso. O al menos para mí, que detesté la película y tuve que chutarme a seis güeyes "discutiéndola" en mi sala todavía horas después de que se habían acabado las palomitas.

Ni siquiera la detesté; simplemente me pareció que lo chingón era la animación y que lo demás era el exacto mismo bla bla que sosteníamos a diario en la cafetería, pero, eso sí, con Ethan Hawke. Y es que, oigan, Ethan Hawke es Ethan Hawke por más que lo remastericen. Y es que yo de adolescente había sido tan fan de ese guey que hasta mandé traer del gabacho -y leí completa- la novela que escribió. Lo juro.

Es más: recuerdo distintamente sentar a mi padre en la cocina, una tarde cualquiera de la secundaria, para leerle en voz alta un pasaje en el que el personaje de la novela se paraba a media noche para servirse un vaso de leche. La leche se caía y entonces el narrador destilaba projundísimas reflexiones sobre la luz del refri y la mancha blanca en el piso. Cerré el libro orgullosa y mi papá (he´s such a good sport) luchó contra su cara de asco con algún comentario neutralizador englobado por esa típica actitud suya de que lo importante era construir una charla conmigo. Yo me rete ofendí.

El punto es que no había vuelto a pensar en Waking Life desde hace años, pero hoy recibí un regalo post-cumpleañero que me encontentó para siempre con la peli. Me lo dio Graciela y lo construyó Paco. Gustóme mucho mi regalo y tons, para venir a presumirlo escribí este post. Y para titularlo guglié "waking life quotes" y leí algunas. Guardo ésta:

Man on the Train: Hey, are you a dreamer?
Wiley: Yeah.

Ahora, clic en: Waking Jufrex.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 20:34 ¤ 2 posdatas
21.7.08
21 julio 2008
estoy desayunando con el duende. tengo el corazón un poquito doblado. hay rosas en mi mesa y una piñatita cuelga del mueble chueco. el duende está haciendo transacciones bancarias en la computadora. me quiere explicar detalladamente así que yo typeo esto mientras finjo escucharla y luego le pido que ya nomás me diga cuánto le debo. ella lo soluciona todo ((honestly, no sé qué haría sin mi mamá o sin la sensación que propaga su presencia, cuando me abraza y yo lloro y ella dice everything´s going to be all right y lo repite meciéndome, y aunque es más chiquita que yo su abrazo me envuelve, y su frase que calma, como un mantra.)) pero eso fue anoche. ahora me pregunta si pagué cablevisión y le digo que llegó un sobre anaranjado muy simpático pero todavía no lo he abierto. se ríe. "se llaman cuentas", dice. y dice que ya a mi edad debería aprender a lidiar con ellas. yo le sugiero a piropos que vaya aprendiendo a salir por el periódico porque ya a mi edad uno no sabe cuánto tiempo más podrá cruzar la calle sin pedos.

piropos es mi nuevo gato. lo encontró elvia en un estacionamiento. no se movía y ella pensó que lo habían atropellado. lo llevó al veterinario para que lo sacrificaran, pero el doc dijo que no era para tanto, que "sólo" estaba en shock porque llevaba 6 días sin comer. luego elvia me lo trajo con cama, arena y todas esas cosas que los gatos necesitan. ahora vivimos juntos. una convivencia que prospera, a pesar de que lo dejé una semana solito para irme a cancún a los 80 años de mi iaia. elvia lo visitaba y me mandaba reportes. yo familiaba en el caribe y me preguntaba esas viejas preguntas sobre dónde es la casa de uno y cuál la familia.

80 años, imagínese nada más usté lo que no cabe en 80 años.... hicimos gran fiesta con mariachi y cds de música catalana: els segadors a top y esas cosas. mis primas y yo habíamos editado un video festejativo de gente hablando de la iaia. ella estaba allí a ratos, luego se le veía en otra parte. todo fue un poco triste y un poco hermoso. a la 2nda botella de champaña di un discurso. se me quebró la voz pero nunca antes había dado uno, así que orgullosa sí stoy. luego me regresé al df porque todavía faltaba mi fiesta y la boda de ana por organizar. ah, la boda de ana, todavía tengo que escribirle a los djs y cortar telas y entender el ritual. panique!!

en celebración mía de mí (además del fiestongo compartido con la abril en el bar de perico y el comilón con pastel que me hicieron ayer chez iker, y las mañanitas hoy recibidas, y la comida que me harán hoy mis primos, juar juar, cuánta cosa!!), en celebracíon mía de mí, decía, voy a perdonarme el abandono en el que he tenido a este glob.

también, acabo de encontrar que tuve felicitación periodicosa y me tiene contenta. es de pedro, quien, me cuentan, estaba en casa el día que nací, en la casa en que nací. (está al final de este artículo). y esto me hace puente con esto otro: el sábado antes de mi fiesta fue el baby shower de mi amigo el tac y su paula y su panza hermosa. yo no pude ir, pero una extraña nostalgia me hizo apuntar: cuando ése de la panza cumpla 25 hay que hacerle un gran reven, o un post (para entonces los blogs serán 3d y yo seré experta en programación) o, cuando menos, asegurarse de que haya aprendido a perdonarse.

también, cuando me pasen fotos de la gran fiesta del sábado, las pondré acá y diré cosas como: "qué bien que me veía con mi nuevo vestido ((nota: de verdad me compré un vestido!!)), he dejado de ser un capullo para ser una flor, etcétera.."

siempre, cuando empaco para dejar una vez más cancún, mi iaia hace la broma de pasarme las tijeras y decirme que yo nada más corte lo que desborda. (25 años... imagínese nada más usté lo que no cabe allí. lo que no falta por caber.) recorto los desdobles de la emoción desbordada. empuño esas tijeras: que se me despliegue el ánimo y los amores me inunden más que hundirme. empuño la navaja de lo celebratorio, el cutter de los cariños cantarines, el filo de la vida que prosigue, que hoy -¿por qué no hoy?- empieza.

there: hoy cumplo 25 años.

abro.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:49 ¤ 11 posdatas
8.7.08
y con ustedes....


el VEINTIÚNICOOOO enchufe de todo el aeropuerto benito juárez
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 18:37 ¤ 10 posdatas
1.7.08
mirillas es un lugar
Hay espacios –puertas, partes- que alimentados nutren huecos que no sabíamos nos perforaban. Y hay puertas que abiertas dislocan marcos antes sostenidos sólo por el temor a asomarnos. Mirillas: hay partes donde lo dislocado es lo que embona, hay piezas que no faltaban hasta que aparecen y apariciones cuya luz no hace falta pensar. Va mejor saltar. Pun chin cuás. Pero yo tengo historial de paracaídas. Me tiro, me abro, me elevo, caigo. Luego pienso. Y en lo que pienso cuando aterrizada pienso, es en endivias. En una endivia. En una hoja de endivia. Una hojita de nada, un capricho del tipo de ensalada que yo nunca preparo en casa. Pero la tengo. Tengo la fragilidad de la endivia. Y en lo que pienso, también, es en la sabrosidad de la endivia. Vamos, que es una hoja rica en lo que “rica” engloba. Pero tiene historial de dobleces. Y nadie como ella para plegarse con gracia. La endivia no se rompe; se quiebra. Una diferencia sutil, si se quiere, pero todo es sutil en materia de gracia. Dejarse caer y, en vez de romperse, quebrarse, habla de una elegancia de altura. (Un poco como cuando, mirado desde muy alto, el mar resulta plastilina. Parece detenido. Como si las olas no fuesen más que la rugosidad natural de un manto, los pliegues ocasionales que provoca el viento en la tela; una cuestión de suerte, de porte.) Y en lo que pienso, también, es que me encabrona que “endivia” se parezca tanto a “envidia”. No tiene nada que ver. Punto menos para los lenguajires. O como se llamen. Los definidores. Esos truhanes del balbuceo feliz, esos asesinos del tacto. Me toco: mi mano arde de cítrico. Es porque hoy cortamos unas naranjas verdes que resultaron mandarinas. Y todo huele a lo fresco, al fruto que no cayó por su propio peso, a esa incerteza tan exquisita como inhabitable: vaivén pausado entre el placer y el pánico. Ovillo. Tengo historial de ovillo. Me enredo en mi lugar. Crezco sin ramas: todo para adentro. En redondeles. Tengo tendencia al repliegue, mi impulso es el de la ola. Vamos que, como todos: tengo historial de umbrales. Heme: una endivia acodada en un pretil demasiado alto. Hay lugares para saltar, resquicios para planear, ahora mismo respirar es suficiente. Me encabrona que “suficiente” no exista como verbo. Yo suficenteo. Tú suficienteas. Punto menos para los acuñadores de verbos (esos asesines del trote, esos truhanes del baile). Espacio. Respiro. Arranco. Y es que los huecos, en el fondo, nos los conocemos perfectamente: van implícitos en cada puerta que abrimos. (¿Es que los umbrales que cruzamos nos esperaban desde siempre?) Cuando madura algo y el propio peso de lo obvio echa su luz sobre lo incompletos que andábamos, cae el fruto. Lo que se dice el veinte. Engendra las sonrisas, las más nutritivas, las más dolorosas. Placer y pánico: menjurje de altura. A veces (sí, a veces) el mar se detiene –es verdad, es de cera- y a veces vuelan las endivias. Todas las endivias de todas las ensaladas: con permisito, me apetece un salto mortal. Y hay que verlas, ¡hay que verlas!, tan elegantes (sí, por la gracia), tan sólida su fragilidad... Pero no hay público: las endivias flotan sin encuadre. Mirillas: vuelo natural y viento y roces suaves. Mitigados los temores, tumbados los marcos, descubiertos los márgenes; lo que queda es un valle. Lo que se dice la sabana. ¿Cuál fricción, de qué me hablan? Vamos, que todo salto es mortal. (Porque no es eterno, porque termina, porque la definición de mortal es que se acaba.) Todo salto lleva en el nombre su pista de aterrizaje: ese hueco en el que va a caer, el lugar donde va a reacomodarse. Sí, a veces todo está abierto y para todo hay espacio. Para dar espacio. Para darse despacio. Hay espacio espacio espacio. Espacio es verbo y verbo es al infinitivo. Yo espacio, tú espacias, nosotros verbamos. Abrevamos. Punto para los acuñadores: la endivia suficientea y, por ende, yo espacieo. Yo verbeo.
 
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28.6.08
la nada inspirativa o, como diría mi amigo lobsang, "vicisitudes de la burguesía"




 
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27.6.08
convocando que es gerundio
 
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25.6.08
gamificando
Así que en el último año he escrito algunos textitos para lenguaraz, inspirados en el color del número en turno. Decidí subirlos a un glob cuya intención es seguir creciendo. Invítolos a conocerlo, comentarlo, peticionar colores, etcétera. Para todo eso: clic aquí.
 
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19.6.08
mandala
 
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10.6.08
alexanderplatz : el juego
...y por las autopistas de la libertad
nadie se atreve a conducir sin cadenas.
(Sabina)

Georges Perec tuvo durante años un proyecto llamado Lieux (Lugares) que, como todos sus viajes, partía de un esquema cuasi matemático; el tipo de contrainte (¿regla? ¿obstáculo? ¿amarre?) que -creo yo- cumple una feliz y ambigua función: reduce el intimidante horizonte de la hoja en blanco hasta volverlo conciso, amable, aparentemente más abarcable mas no por ello finito. Un tipo de encarcelamiento peculiar: uno que otorga libertad. En otras palabras, el tipo de jueguito hiper clavado en la textura, "oulipiano", que siempre me ha fascinado.

El planteamiento de Lieux era el siguiente: Perec eligió 12 lugares muy concretos en París (una banca en cierta esquina, por ejemplo) y luego había de visitarlos una vez al año -en la misma fecha- durante 12 años. Y escribir dos textos por cada visita: una por así decirlo in situ, otro a partir del recuerdo de la visita (ignoro cuánto tiempo después). Esto es: al final de los 12 años hubiera tenido 24 textos por cada sitio; 288 textos en total. Una crónica a triple partida: la de la evolución del lugar a través del tiempo, la de la ficción que es siempre la memoria, la del cronista que -él mismo siendo y no el mismo- revisita.

Siempre he querido hacer algo así, pero sé de sobra que lo abandonaría. (Me reconforta que Perec lo abandonó también). Lo he intentado en un par de sitios: el Parc Montsouris (una visita semanal) y, más recientemente, un café diario a la misma hora en la esquina de mi bodega. Hoy voy a ir a la cineteca, a ver el primer capítulo de una película de Fassbinder (Berlin Alexanderplatz) cuya proyección durará una semana. Es decir, porque tiene 13 capítulos y un epílogo, la proyectarán dividida en 6 partes.

Quiero estar pensando en la película al ver la película, pero algo en mí oye "repetición" o "rutina" -aunque sea ir al cine- y sólo puede tolerarlo si se torna en proyecto perequiano: un comentario diario a la película, la crónica de cuántos espectadores aguantaron la semana entera, etcétera. Algo en mí tiende a la contrainte.

Prometería postear lo que escriba después de cada proyección, pero algo en mí tiende al abandono.
 
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9.6.08
si la vivo con mi gente...
hoy cené con mi pats. eso siempre sabe a dulce chino y a mezcal y a colombia. sabe siempre a buen espejo. qué mejor pretexto para por fin postiar esta rola que me encanta.
 
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4.6.08
showtime
Hace poquito más de un año, este blog cumplió su primer año. En aquel entonces celebramos con el extreme makover que trajo la bicicleta y despidió para siempre al verde chíngame-la-retina que teníamos antes. Ya se anunciaba que lo mío, lo mío, era el changin rooms. Pero tuvo que pasar otro año para que cayera la oportunidad -oh gracias, vida- de dejar brotar a mi Chalana interna. Ahora que finalmente salió a la luz el cablecito de mi cámara, y en manifiesta celebración del 2ndo aniversario de éste su glob, me enorgullece presentarles el esperadisísimo, el único, el verdadero show intitulado:

la bodega: antes y después

antes:
(11, mayo, 2008)



después:
(02, junio, 2008)

afuera:

adentro:



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making of

en proceso 1:


en proceso 2:


el baño 1:


el baño 2:


algunas fotos:
(y mi projundo agradecimiento a todos los que echaron la manopla)









 
dijo Laia Jufresa en punto de las 00:11 ¤ 18 posdatas
29.5.08
todos los hallazgos
Despierto temprano porque a las 9 va a llegar “el de la puerta”. Me baño, preparo un café y salgo a beberlo muy chicha en mi recién adquirido patio. Hace frío, está nublado, mi padre está muy lejos. Mi mamá, literalmente, está volando. Mis amigos duermen, o trabajan. Preparo el segundo café y decido que es hora de empezar a desempacar libros. Con el primer bulto me detengo amablemente frente al nudo. Le soplo, como decía la abuela de mi madre que había que hacer frente a un nudo. Jalo. Lo muerdo, como seguramente dice alguna abuela que no hay que hacer porque tuerce los dientes, o engendra la mala suerte, o te astillas la lengua, o algo así. Soplo un poco más. El nudo cede. Retiro el mecate, luego el periódico, examino el bonche. Me digo que voy a hacerlo rápido, sin pensarlo mucho, ordenando por género y no deteniéndome en dedicatorias ni párrafos aleatorios, ni anécdotas intrínsecas. ¡Ja!

No logro recordar nada –pero nada- sobre la última vez que desempaqué mis libros. Fue hace tres años, cuando llegué al departamento que abandoné para siempre hace tres noches. Me molesta un poco el bloqueo, pero no me sorprende. Estaba demasiado triste en ese entonces. Recién salidita del arduo proceso del éste es tuyo, éste mío, todavía te quiero, pero no puedo más, etcétera. Claro que no sobresalían los libros: en ese entonces lloraba con las cucharas, con los cuadros, con las fundas de almohada, con las medicinas caducas. Tenía 21 años; ya tenía demasiadas anécdotas intrínsecas.

En el primer paquete me encuentro un librito de edición cuasi casera: Los cuadernos de Pedro Miguel, poesía 1972-1974. Editorial: ARTEsano. No se puede más jipi, más “ah, los tíos prestados, los cuates de mis jefes, los años raros en que el mundo era mundo sin mí, bli blue bla…” Hojeo. La impresión cuenta con unos dibujos que, asumo, hizo el propio Pedro. Me salta uno a la vista: una cruz trazada en palabras manuscritas. No tiene título pero trae a lo alto una dedicatoria: Ruy Alvarez Larrauri, in memoriam. Y entonces sé que esa cruz es la mía. La cruz cruzada roja, de la que ya he hablado mucho en este blog. ...Y una vez más -pasa mucho en una familia con tanto cancerígeno- la punzada de los muertos prematuros, el peso de los rostros fantasmagóricos, la mirada -nunca bien neutra- con la que sopeso desde siempre la nostalgia que desde siempre inunda las sobremesas de mi por lo demás alegre familia. O no desde siempre, pero sí desde que el mundo fue mundo conmigo.

Me digo que no voy a deshacer más nudos. Abro el segundo paquete con tijeras. Me detengo en una antología de poesía de Houellebecq. Hojeo. Acabo sacando una cita para mi proyecto de cuentos-a-partir-de-insectos. Un proyecto que, pensaba, había inventado como una excusa para pedir el fonca pero que, intuyo ahora, trepa ya sin cese por la destartalada espina dorsal de mi entusiasmo. Puisqu´il faut que les libellules / Sectionnent sans fin l´atmosphère / Que sur l`étang crèvent les bulles, / Puisque tout finit en matière. Basta de poetas, venga el tercer paquete.

El tercer paquete, lo reconozco al instante, proviene de lo alto de mi librero: libros infantiles. Mis favoritos. Extraigo la colección entera de Anastasia Krupnik (todavía hoy el personaje a quien dedico secretamente mi oficio), dos de Jotapé, uno deshojado que era de Fred cuando era chiquito, varios de los flaquitos que edita el FCE, etcétera.

Luego, hace aparición La machine à rien. Un hermoso librito, gordo y cuadrado, en cuya portada una simpática caricatura hace las veces de tentadora invitación. Bajo mi taza del estante, me siento sobre alguna caja, hace mucho no abría este libro.

La machine à rien me lo regaló mi amiga Carole el primer verano que volví a verla. Ella había estado en una maison de répos (eufemismo para “casa de encierro para espíritus inestables”) y yo me había mudado repentinamente a México (eufemismo para “había salido corriendo en búsqueda de un colchoncito para el alma, o algo así”). Recuerdo bien que Carole me recibió en su nuevo estudio -de 13 metros cuadrados- con su sonrisa infalible, su hash para invitados y el librito envuelto. Y recuerdo claramente haberme alegrado porque, pensé entonces, un librito para niños es el tipo de regalo que te dan de despedida; si alguien te da un libro para niños cuando llegas, es porque te conoce.

En la portada de La machine à rien, cuatro hombres (se sabe que son “científicos locos” por los anteojos y las barbas blancas) posan desde sus diversas alturas y gorduras frente a un elefante. Portan todos el mismo traje café, de tres piezas. Traduzco malamente la primera página:

En treinta y dos años de carrera, el Profesor Dupontski había pasado 776 horas concibiendo inventos geniales y solamente 156 513 reduciéndolas a polvo para que cupieran en su basurero verde. Y es que el profesor Dupontski tenía un grave defecto: ¡no concebía más que máquinas previamente inventadas hacía siglos! El sabio no tenía suerte, buscaba, revolvía y escarbaba en los rincones de su cerebro, pero no encontraba nunca nada original. Una mañana, tras haber tropezado con el estanque de los cerdos, el rostro se le iluminó. El profesor tomó sus lápices, su goma, su escuadra, y se puso a dibujar los planos muy complicados de una máquina revolucionaria: la máquina que no servía para nada.

Luego de construirla, Dupontski manda su máquina a la “Oficina Universal de Inventos Geniales” para pedirles de la manera más atenta que comprueben la perfecta inutilidad de su invento. La Oficina asigna la labor a otros tres científicos. Durante todo el libro sucede lo mismo: alguno lanza una hipótesis sobre para qué podría servir la máquina, luego viajan a algún país exótico para realizar la prueba y la máquina resulta hacer cualquier otra cosa; ¡no sirve para lo sugerido! Tras muchos viajes y muchas sugerencias fallidas, los jueces deciden que la máquina del profesor, efectivamente, no sirve para nada. Están por darle su medalla cuando un quinto científico –el mero mero- se niega a conceder el reconocimiento, puesto que la máquina de Dupontski había logrado un montón de cosas. Es una muy simpática crítica al método de investigación, a las mentes obtusas, a la manía cotidiana del empecinarnos.

Son las 11 y llevo cuatro paquetes cuando llega el de la puerta. Luego todo es taladro, segueta, aserrín. Me cambio de cuarto: desempaco toallas. Las toallas tienen a su favor que no aportan historias. Hay una muy rota. Recupero las tijeras del estudio (eufemismo para el “cuarto en el que hay que caminar sobre libros envueltos en periódico y mecate”) y la corto para convertirla en trapos. Me siento creativísima, muchas gracias. Cinco cajas en un día. Aplausos.

Quizás no recordaré nada de esto en mi próxima mudanza, pero no por ello iré más rápido.

Desempacar libros tiene de su lado una rara alegría: la de no estar buscando nada.

Al final, la ausencia de hipótesis se parece mucho a la hipótesis obstinada: acaba invadiéndote la sensación de que son “ellos”-los hechos duros, los libros olvidados, las pistas- los que te encuentran.

Como pasa también con los fantasmas, con los insectos y, en general, con todos los hallazgos.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 00:43 ¤ 9 posdatas