4.9.08
sigh...
Estoy en un café en la Narvarte, haciendo workstation con el Mils. En la mesa de a lado, un grupo de 6 chavos escucha atentamente a una de sus integrantes. Tiene la melena cortita y rojiza, y un aro en la nariz. Un cigarro tras otro, con los pies –lindos tennis- sobre la silla, narra cómo su madre le ha cachado cada uno de los tatuajes que ella se ha hecho “a escondidas”. A pesar de la mucha atención, es fácil adivinar que no es la primera vez que sus acompañantes se chutan esta retahíla de anécdotas. De pronto, ¡por fin!, alguno osa interrumpir su monólogo con un comentario. Ella responde, y, os juro, sin ironía: “es que como mi mamá es la verdad absoluta…”

Y ´pa mí que su frase, pero sobre todo su actitud lastimera, cifra gran parte de la actitud contemporánea.

Nuestra apatía, nuestro nihilismo de temporada, no surge de la duda, ni mucho menos de la crítica; brota del lamento. Es queja. Nuestra postura no es la del que demanda con argumentos, no es la del que exige lo que le es correspondido; es la del que cree que todo le es debido pero asume que nada le será pagado.

En mi generación, con los pies -calzados para correr- estacionados en la silla, vemos desfilar la vasta herencia de verdades: tan recta frente a nuestra posición despatarrada. Allí van las verdades, nos decimos, mira nada más que mal se visten...

En mi generación, confundimos suspirar con cuestionar.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:50 ¤