31.10.08
fin
La imagen no es mía.

La imagen es: tierra hasta donde la vista alcanza.

Ahora, sobre esa tierra de la imagen, que es tierra seca –volátil, apática-, yacen repartidos billones de guijarros. Y en ese vasto valle de la imagen, existe quien estudia los guijarros. Existe quien los cuenta, quien los reproduce, quien los acumula. Y existe quien, como yo, quiere decirlos. El dilema es de todos. El dilema es: ¿cómo encontrar, entre tantísimos guijarros, aquellos que se buscan? (La consideración es mía: sobre todo cuando uno no sabe lo que busca).

Pues bien: uno puede caminar aleatoriamente. Perderse y disfrutar perderse. Andar durante días y de pronto, de entre billones, ver brillar un guijarro. Levantarlo. Redimirlo del polvo con la manga. Descubrir la textura que posee e inventar la metáfora que esconde. Luego abandonarlo, caminar otro día o mes o cuadra, hasta que a la puerta del entusiasmo llame el siguiente guijarro. Entonces levantarlo, pulirlo, olvidarlo. Es el viejo método de evadir las metodologías. Contiene tanta diversión como desgaste; evasión total y encuentros varios. Produce un ritmo marcado por alegrías pasajeras y hallazgos únicos, contrapunteado por la ausencia de fines y finalidades. Es el paso a paso del que considera que la acción de caminar constituye, en sí misma, la meta. Este modo de ir ha sido siempre el mío. Le debo todas las piedras que he probado.

O bien, uno puede inventarse un fin deseado: un guijarro a mil guijarros de distancia. Porque la dirección no es la calle que se busca, sino el punto cardinal hacia el que se anda, uno puede elegir andar hacia ese punto, fijo allá donde convergen el suelo y el futuro. Y para ello viene bien trazarse un rumbo. No sea más que con dos líneas blancas. Paralelas y esbozadas con cal apenas, con sal si se quiere. Polvo sobre polvo, no hay encierro. Tampoco aburrimiento, porque el camino engloba millones de guijarros. Lo que es más: el rumbo arropa. Andando dentro del espacio del dibujo, desaparece la necesidad de alzar cabeza. Y entonces uno puede pasarse las horas con las narices en la piedra y las angustias en la piedra porque el horizonte, ése de la imagen, finito sólo por virtud de la mirada, se compacta. El infinito se torna transitable.

Nada en el vasto valle es mío. No todavía.

El rumbo, en cambio, es mío.

Hasta donde la vida alcance.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:13 ¤ 27 posdatas
29.10.08
the end
this is the end


 
dijo Laia Jufresa en punto de las 01:04 ¤ 17 posdatas
23.10.08
these days
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 15:35 ¤ 4 posdatas