28.8.08
la gleds
Después de haber vivido tres años pegadas, Gleda y yo nos despedimos. Mi última noche en París, ella y Pablo me ayudaron a empacar y les heredé todo lo que no cupo en mi equipaje. En algún libro guardo una foto de esa madrugada, que nos tomó alguien antes de que yo abordara el taxi al aeropuerto: está la puerta de mi edificio al fondo y, al frente, nosotros tres abrazados y mi vida toda apretada en tres maletas. Yo me vine a México y Gleda se mudó a Bordeaux. Teníamos 18 años y ganas de empezar de cero aunque nos extrañáramos.

Dentro de lo que cabía imaginar en aquella tábula rasa del 2001, no estaba ni nuestra improvisada aventura por la costa Brava en 2002, ni nuestro largo viaje carretero por Oaxaca en 2004, ni ninguna de las desveladas platicadoras cuando logramos coincidir en París. Por otra parte, imaginamos algunas cosas que nunca cuajaron: nuestro recién fallido viaje a Burkina Faso por ejemplo y, sobre todo, los planes que teníamos en 2001. El mío era estudiar filosofía y seguir haciendo teatro, el suyo era estudiar diseño y seguir con el gospel. Nada de eso sucedió. Si algo nos une a través y a pesar de las distancias, es la constante ondulación de nuestros planes.

Pero lo que no había manera de hacer caber en nuestra imaginación de recién devenidas mayores de edad, lo que era imposible planificar en aquel entonces, era lo que acaba de suceder: que en el 2008 pasearíamos a 20 chavos de 20 años por el norte de mi país. Había que vernos hace unos días: Gleda al frente, 20 chavos en medio y yo a la retaguardia, todo el rato sorprendida de la rapidez con la que mi amiga se había convertido en alguien tan responsable, por no mencionar del insospechado talento que yo resulté tener para regatear y conseguir descuentos de grupo en autobuses y restaurantes. Además de mi intransigencia: "le voy a traer a 22 franceses, si algo pica no le pago".

Gleda hace mil cosas. Creó y preside una asociación que conjunta el diseño de modas con la búsqueda de soluciones para la exportación de algodón africano, tiene una carrera a medias en comunicación, mantiene a flote un programa de radio sobre hip hop y se ha ganado un montón de diplomas de "animatrice" que le permiten conseguir chambas tales como venir a pasear a 20 chavos de 20 años a México.

Pero de todo lo que hace Gleda, a mí lo que más me gusta es cuando canta. Así que en una de las poquísimas noches en que pudimos alejarnos del grupo le pedí que me cantara, como le pido siempre, como le pedía mucho a los 16 porque vivía sola en un país que no era el mío y a veces no tenía ni la más pálida idea de cómo hacer para no morirme de miedo de todo, y entonces ella me cantaba por teléfono o mientras caminábamos, en un parque o en los pasillos del metro, y yo me sentía otra vez muy quesque fuerte.

Hace ni dos semanas, en la Isla de la Piedra, frente a Mazatlán y pocos días después de la matanza en Creel, le pedí a Gleda que me cantara otra vez. Y aunque faltaba andar un kilómetro para llegar al campamento, y aunque llovía y estaba el ruido del mar, y aunque primero no quería porque dice que ya no entrena y ya no canta igual, y aunque me tardé toda la rola en encontrar una linterna, hice un videito de Gleds cantando.

Porque Gleds cantando es de las cosas más hermosas que guardo en la memoria y cómo para qué va a servir tanto aparato, tanta interface, si no para reproducir esa estirpe de cosas: las que te renuevan las ganas de empezar de cero, las que te hacen sentir otra vez fuerte, las que te obligan a no poner en duda lo vivo que estás.

 
dijo Laia Jufresa en punto de las 22:27 ¤