22.8.08
postal
Pinch:

Qué bueno saber algo alguito de tí. Pero, di, ¿qué tan al norte es "muy al norte"? Partiendo de Oaxaca caben muchos nortes: el de Gdl, el de Tijuana, el de Ohio, el del polo norte, tons, ¿cuál se deja pisar por tu irónica prisa de sureño un tanto neuras? Yo a mi neurosis recién la llevé a pasear bastante al norte, pero fue breve y ahora ya la voy bajando. En geografía, no en intensidad. Estoy cansada.

Te anexo un par de abrazos con jejenes incluídos, desde el notabilísimo y caluroso puerto de San Blás (que aún no salgo a conocer realmente, pues cuido junto con mi amiga Gleda a una chava francesa, que tiene 19 años pero cuya debilidad de los últimos días nos ha forzado a alimentarla en la boca con gerber de manzana... terrible). Mientras, leo a Philip Roth (todo un descubrimiento, una serie de putazos, nche guey) y me escapo a ratos al San Blas Social Club, un barecito verdaderamente excepcional, de cuyas paredes cuelgan viniles de jazz y en donde Bernardo, el dueño, te recibe dándote la mano como si la pasmosidad de su barba no desentonara entre el verde implacable del ruidoso San Blás. Pero lo más importante, Pinch, anota, lo más importante, al entrar allí, es el olor a tabaco.

Hasta hoy, para mí eso del "olor a tabaco" era una frase hecha, ¿sabes?, de texto adolescentil o mal hechote, pero no algo real, no algo que uno reconozca de veras, con la nariz conectándose de súbito a la entraña de lo sin palabras, como el olor a clavo en la cocina de la abuela o como el olor del sexo de un amante que no huele nunca como otro. No, el "olor a tabaco" era un mito de la bohemia romanticosa de huevérrima, lejos del humano olor del pedo propio, lejos del melancólico olor a chimenea, lejos del olor a podrido de lo que a cada uno nos revuelve el estómago. Lejano, pues. Artificial. Porque con el tabaco no funcionan los puentes: o bien uno es fumador y ni lo nota, o bien no lo es y entonces lo que nota es que "apesta" a tabaco.

Pero el San Blas Social Club, I am telling you, tiene "olor a tabaco", como en las novelas. Y aunque no te molestan ni el sol, ni el ruido de los sapos de las callejuelas lodosas del centro del puerto, cuando llegas al kiosko y como por azar cruzas esa puerta en esa esquina, no puedes impedirlo: huele a tabaco y te impregnas, el jazz te mece, la barba de Bernardo -¿qué otro telón que ése, canoso y terso, podría tener su sonrisa?- te absorbe, y entonces te tienes que sentar en uno de los banquitos, quedarte un rato, desmentir algunos clichés pero no puedes, porque estás allí sentado sabiendo dos cosas al mismo tiempo, la primera es que harías mejor en apurarte a rayar de tu descripción las frases hechas, pero la segunda es que, así es, ni modo, como en los putos libros: hay lugares en los que el tiempo se detiene.

En fin, reciba usté oh noble monsieur P, un puñado de besos sin foto, norteños mas no norteados, su lai
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 16:34 ¤