11.9.06
de la ánima del mudancero
Para darme un brake de la crónica holandesa, salgo a caminar un rato. Me río mucho de mí misma al constatar que se repite este episodio absurdo en todas mis caminatas: salgo de madrugada y las calles están solas. Y eso me encanta. De pronto aparece un individuo caminando al mismo ritmo que yo pero en la acera de enfrente. Y entonces se me ocurre que ¡qué miedo que la calle esté sola! Ayer me sucedió lo mismo en versión motorizada. Me perdí como hacía años no me perdía. Salí del cumpleaños del Yortz, 4 a.m., en la narvarte, y acabé 4:15 a.m. en la salida a Toluca. Las calles solas, mis ojos malos. El ayudante de mi doc no hubiera soportado la idea.

Extraño al chavito que atendía el Oxxo. Ahora hay un viejo. Literalmente. Viejito, viejito, que se tarda años en atender pedidos y tú tienes que hacer la cola allí afuera. Cuando llega tu turno ya no quieres pedirle cosas que se encuentren en polos opuestos de la tienda, porque se ve que se cansa.

Ahora mientras esperaba había un grupo de mudanceros. Mudanceros acá, uniformados en camiseta-azul-logo-amarillo, y toda la onda. Se relataban su día. “Yo hoy me eché dos con refrigerador. Yo una escuela. Yo una sala pesadota…”

Ellos me cedieron su lugar y yo no pude negarme ante tal gesto. Me perdí quizás buenas historias. Pero oí lo suficiente como para asumir que yo no hice nada en mi día.

Me pregunto si los mudanceros se entristecen los lunes, en vez de los domingos como el resto de los mortales.

De vuelta a casa, la calle está sola.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 02:18 ¤