17.4.08
fins aviat
Ahora que ya empezaba a decir “bona nit” y “está tancat” y que si vuelvo “pa diná” y que “vols altre tros d´aquest bacalá” y que si "mol bona la truita" y "mol macu el drá de la cuina" y etcétera, etcétera, se me acabó Cancún. Ahora ya lo veo venir: el catalán va a disolvérseme conforme se deslave el bronceado, y va a pesarme la distancia, y el Caribe va a quedar demasiado lejos, guardándose en la entraña turquesa ese pedazo de mí que visito sólo cuando visito esta casa, esa porción de mis recuerdos que vive agazapada entre los pliegues de mi desmemoria y que asoma cabeza sólo cuando sumergida en el calorcito de estos acentos.

No deja de resultarme gracioso constatar que cuando vengo a Cancún, una ciudad universalmente asociada con el concepto de echarse panza arriba y sin reloj, es el único momento del año en el que practico algo parecido a una rutina. Acá se come diario a la misma hora y no se perdona la siesta. Los menús se planean de antemano y a las 8 hay que ver Saber y Ganar. Siempre traigo libros que no leo y ando durante semanas con el mismo vestidito apurado sobre un traje de baño. Aquí leo todavía más lento y pienso todavía menos en qué haré después.

(Diría que es como un paréntesis, pero incluso los paréntesis conservan puente con el contexto y yo aquí, casi ni eso.)

No hay contexto que no se desdibuje cuando confrontado al universo enorme de lo pequeño: yo sé del mar y de los grandes complejos hoteleros, sé de los huracanes y las inmigraciones, sé de los contrastes sociales y de los tantos problemas de una ciudad que no había terminado de estrenarse cuando ya estaba infestándose, de un orgullo edificado a base de aumentar las construcciones disminuyendo los aciertos urbanos, de un imperio que crece como empeñado en derrocarse... Pero no hay nada de eso en esta casa, ni en estos guisos, ni en este idioma que no es el mío pero que no deja de precederme, ni de impregnarme. Y está bien, me sienta bien, porque a los contextos de vez en cuando viene bien decirles: ¡muts, i a la gabia!

Es quizás porque la Iaia y yo nos echamos en los 2 últimos días las 3 pelis del Padrino, pero ahora, unas horas antes de marcharme, mitigo la melancolía con elucubraciones sobre qué aporta y qué esconde y qué rehuye una familia. Y sobre cómo se construyen las familias: con altibajos compartidos, con recuerdos sazonados en sobremesas, con cotidianeidades y roles y cuchillitos de palo y cariños que no merman ni ante la fatiga de lo predecible, ni ante los rasguños de lo impredecible. Y lo cierto es que me inunda constatar que yo –aunque tan diariamente y desde hace tanto alejada de todo eso-, soy parte de esta familia. Y muy.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 02:05 ¤