20.12.07
requiem por mi música
Hoy desperté con un toquido muy fuerte en la puerta. Era la portera con malas noticias: el Laiamovil había sido ultrajado por el lado del copilote. Le chingaron un vidrio y el estéreo. Se fue también un disco que yo oía obsesivamente en los últimos días y que –entre muchas otras- contenía la rola de "graaaaacias a la vida que me ha dado... etcétera" Por suerte está mi padre de visita y bajó conmigo a corroborar el desmadre. Hace un año que no lo veía, a mi padre. La vez pasada que vino me habían llevado el auto al corralón. Ha de pensar que el Laiamovil está siempre metiéndose en problemas.

Perdimos la mañana encontrando dónde nos pusieran un vidrio y, no fue hasta que el señor vidriero me preguntó qué seguro tenía, que se me ocurrió que el seguro debía pagarme aquello. Hasta entonces, además de que iba dispuesta a pagar, iba sintiéndome harto culpable, porque anoche vi la cajuelita –escondite en el que durante tres años mi estéreo sobrevivió a todos los vándalos- abierta y pensé que había de cerrarla, pero luego lo olvidé. Así que era mi culpa... ¿Hasta qué punto, digan, es el habitat el que nos moldea la moral?

Ahora que tengo nuevo vidrio y de las transparentes moronas de esta mañana apenas queda una cortada en mi dedo, me entristezco un poco y, 4 pm, por primera vez me digo que no fue mi culpa, que también soy víctima en este entierro. (luego un "pero en fin, uno elige la ciudad y luego debe forjarse el aplomo...") Entramos a un café. Estoy cansada. La mesera no entiende que estamos hambrientos y no es caso de explicarle por qué estamos en pijama. Dudo entre desayunar y comer. El café está aguadísimo pero yo no me voy a quejar. Tengo ganas de escribir “morfina” pero me sale “anestesiada”.

CHALE, dónde quedaron esas épocas zapopenses en que todo el asunto coche era tomado con alegría...

Ya una vez me habían bajado el estéreo. Luego el Duende me regaló éste y fui a que me lo instalaran en la guantera. Fui en Xalapa y el señor instalador no daba crédito de mi paranoia chilanga, pero lo instaló. No sólo lo instaló sino que -como había jalado los cables hacia la guantera- me regaló unos cables falsos que durante tres años estuvieron en el hueco-de-mi-estéreo, muy a la vista y como diciendo "acá no hay nada! me acaban de robar!"

Era navidad también. Manejamos al puerto. No había más que un disco de los Doors para el estrenón y lo oímos enajenadamente. Nos gustaba mucho picar el botoncito que cambiaba de color la pantalla del nuevo estéreo. Luego, como a todo, nos acostumbramos.

¿Hasta qué punto, digan, daña dar algo, cualquier cosa, por sentado?

Me siento un poquito rota, un poco desperdigada en diminutos pedazos transparentes que no muerden, ni ladran, y cortan unas ridículas cortadas más insulsas incluso, que las que causa el papel. Un poco "me acaban de robar, acá no hay nada..." (Se nota. Quería escribir un aforismo nítido pero va saliendo este texto insaboro.)

En unos días empezaré el periplo navideño y será sin música. Es una suerte que durante estos días pueda almacenarme mi dosis anual de voz de mi padre. De guitarra de mi padre. De la música más adentro, la que no se rompe, la que ningún robo anónimo ultraja. Es una suerte que a Leo -quien funge de y acuñó el término de copilote- le guste inventar canciones. Es una suerte que va a ser navidad y, quizás, haciendo una vaca, los comentaristas de este blog querrán regalarme un nuevo estéreo... Gracias, etcétera.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 15:59 ¤