14.12.07
el ruido que entorpece "luz silenciosa"

I know I'll say something that's halfway clever
but mostly shallow and probably inaccurate on some level.
Then you'll pity me for having been born.
Don De Lillo

Nunca entendí de ópera. Lo intenté. Lo intenté desde la primera vez que mi abuela me llevó a Bellas Artes a ver La Traviata, y dejé de intentarlo cuando en la prepa me llevaron a ver no sé qué puesta donde, en el climax amoroso de la historia, él cantaba un muy profundo “je t´aime”, al que ella respondía un muy agudo “je t´adore”; cada uno mirando hacia un lado distinto del escenario. Los personajes, claro, se amaban y adoraban. Los cantantes, además, cantaban muy bien. El problema –al que por cierto nadie más veía como problema- era que, simplemente, ninguna pareja de enamorados se habla así. Ni siquiera hablo de la incongruencia del párrafo (contestar un “yo te adoro” en vez de un “y yo a ti”), sino del hecho de que los amantes miraban hacia lados opuestos. No estaban actuando. A nadie le importaba, porque no eran actores, eran cantantes, y muy buenos cantantes. Ese día encontré el argumento para no acompañar nunca más a mi abuela: no me digan que la ópera es el arte total, si la gente en escena no hace un mínimo esfuerzo de credibilidad dramática. Ella siempre me contestó con un “tú te lo pierdes”. Y muy probablemente, como suele, mi abuela tendría razón.

Ayer fui a ver Luz Silenciosa, la tercera película de Reygadas. No me había gustado Japón y había desistido de ver Batalla en el Cielo porque meses antes de que saliera en cines me habían pasado el guión y lo encontré malísimo. Fui a ver Luz Silenciosa únicamente porque Pablo Soler Frost, al que estimo profundamente, escribió un elogio en el blog de Letras Libres que me inyectó una buena dosis de curiosidad. Respeto el texto de Pablo como respeto todo en él, pero no concuerdo. Sobra decir que me deslindo por completo del tono agresivo que tomó la polémica allá en la república de LL.

Es muy probable que mi emotividad esté agringada, que mi entendimiento no abarque las sutilezas del cine de arte, que mi ojo cinematográfico carezca de comparativos estéticos. Por eso dudo antes de decir lo que quiero decir sobre esta película. Por eso volvería a verla. (Quizás ayer estaba cerrada, quizás mi teflón estaba activo, quizás no hice el esfuerzo requerido para todo tipo de contemplación.) Pero no. La verdad no la volvería a ver pronto. Que se me tache de insensible: a mí no me parece que Luz Silenciosa sea la obra maestra que se dice.

Hablemos primero de lo innegable, de lo que no está a discusión: el trabajo de la imagen. La fotografía de Luz Silenciosa es contundente. El trabajo de Alexis Zabé merece los premios y el chapeau. Desde mi butaca anónima celebro con bombo su belleza inusual e inagotable. A esta película podríamos detenerla casi en cualquier escena, y la escena sería hermosa. Detenerse, efectivamente, es algo que Reygadas hace bien. Filma con pausa. Pero, más allá de si mi paciencia está o no echada a perder por Hollywood, hay también que decir que alargar los planos no necesariamente beneficia a la historia. No es suficiente que una película sea bella, yo a una película le pido una historia. O, cuando menos, personajes.

Dijo Cuarón en defensa de Reygadas: “Algunos periodistas están sobre-narrativizados o son huevones”. Yo no soy periodista, aunque probablemente huevona sí. Lo que es seguro es que estoy sobre narrativizada, y que no puedo dejar de pedirle a una película –a una película que se ofrece como una ficción- que narre. El guión de Luz Silenciosa se colgó de la belleza de la fotografía, no le encuentro casi ningún punto defendible, excepto quizás el final. No voy a contar el final porque podré ser huevona pero no soy una aguafiestas. El final es un buen final de cuento, para una novela demasiado larga.

Cuando el personaje de Carmen canta “Si je t´aime, prends garde à toi!”, no hay más que añadir. La frase está cargada. El guión –perdónenme mi abuela y los puristas: ignoro cómo se llaman los guiones de las óperas- está logrado. Ningún diálogo en Luz Silenciosa, como tampoco en la ópera aquella cuyo título he olvidado, es tan redondo. Si en la comunidad de menonitas donde filmó Reygadas, se hablara español y hubiéramos oído –con el mismo tono acartonado del actor que no lo es- algunas de las frases que espeta, por ejemplo, el padre del personaje principal, quizás la crítica hubiera dudado unos segundos, antes de declarar a la obra maestra libre de lugar común.

¿Cómo puedo decir “lugar común” si estoy hablando, atención, de una película completamente innovadora en cuanto al lugar en donde ocurre? Porque estoy hablando, atención, de los diálogos. Y los diálogos juegan un papel primordial en el otro gran error de esta película: la construcción de personajes.

¿Qué podemos decir de los personajes de Luz Silenciosa? Que son menonitas. ¿Qué más? ¿Algún tic, preferencia, rasgo alguno de personalidad? No. (Pero no seas insensible, no son actores, son, bueno, menonitas…) Hay que decir que los tres actores principales –no podría llamarlos de otro modo, si están en una película de ficción, representando a alguien, están actuando y por ende, a partir de ese momento, son actores- alcanzan, a diferencia de todos los otros, algunos elogiables momentos de dramatismo. Es una lástima, creo, que los personajes no estuvieran a la altura de sus actuaciones. Los personajes son planos: todos miran sus destinos pasar o doblegándose, o casi sin fruncir. Para una película que pretende tratar el dolor que conlleva salirse de la estricta norma moral según la cual se vive, me resulta incongruente. O melodramático: está el dolor en su máxima expresión (el llanto tan bien actuado), mas no en sus sutilezas diarias, en las palabras que arranca todo rencor, en, una vez más, los diálogos. La palabra “dolor” se dice muchas veces, sí, pero no se trata de eso la buena construcción de diálogos. Podrá decírseme que es una película sobre la “contención”. No estoy de acuerdo, me parece que la tensión que requería la trama no se alcanza, no flota, está forzada por largos silencios, planos eternizados y eventuales explosiones dignamente actuadas. Y que cuando las frases llegan son explicativas y antinaturales. O quizás yo no entendí nada porque no sé de menonitas y de cómo ellos –aun los que están justamente rompiendo su propia ética estricta- nunca explotan frente a otro; de cómo comunican –todos- con una claridad y una sencillez y una honestidad dignas de un terapeuta.

Pero time lapse, pausa: no quisiera hacer una crítica infructífera y rotunda. Elijo -for once- no recurrir a la ironía. Repito que a esta película le celebro la belleza visual, la labor cuasi antropológica y así también el gran trabajo de equipo que implica llevar a término un largometraje. Pero no entiendo –no entiendo- cómo puede todo eso (que, efectivamente, es mucho) equivaler a decir que Luz Silenciosa es una obra maestra. Es mucho, pero no es suficiente. ¿Por qué? Por una razón muy simple: el guión falla.

Si bien no hay comparación entre este trabajo y los sobrecargados copy-and-paste de Arriaga, tampoco creo que podamos –y aceptémoslo, lo hacemos porque visualmente la película es intachable, y porque no entendemos ni media palabra del idioma plautdietsch- afirmar que los diálogos cuajan. No debiéramos, creo, pasar esto por alto. ¿Por qué tanta insistencia de mi parte? ¿Por qué no celebrar la película y basta? ¿Estoy jugando el sucio rol del periodista huevón? ¿Diría mi abuela que soy yo la que se está perdiendo de algo genial? Espero que no. Creo que no. Lo que quisiera señalar, lo que de verdad lamento, es que el cine mexicano sigue adoleciendo su carencia más profunda: la de un personaje central para el arte del cine, la del buen guionista.

No estimo pretenciosa la película por su ritmo, ni por su lenguaje peculiar, ni por su escenografía. Todas éstas, por el contrario, me parecen ambiciones sanas y bien logradas. La encuentro pretenciosa en un solo renglón, el mismo renglón en el que me resultó insoportable aquella ópera: prescinde de un elemento clave y no lo acepta. La ópera prescindía de la actuación, esta película prescinde de guión. Y no lo acepta. Se regodea en su belleza, en su idioma extraño, en su mirada. La mirada de Reygadas es peculiar (goza de “un certain regard”, nombre de un festival donde seguramente fue o será celebrada), pero sus guiones se pretenden sutiles, cuando son sosos. Para una película con ese final, que no me digan que el valor de su guión está en la contemplación o en el lado documental. No es verdad, la película se da como una ficción. Y en materia de ficción cojea. El reloj es la clave en Luz Silenciosa, y es una clave muy burda. Al igual que la última frase de Marianne: “detener el tiempo es lo único que no podemos hacer”.

Detener el tiempo es, creo, lo único que la película –como así también su “historia”- pretendía. No está, en mi opinión, logrado más allá de lo que dije ya: detén la imagen, y habrá algo bello. Congela en cambio una de sus frases, intenta desentrañar qué personaje yace detrás del llanto o detrás de la sonrisa -¡tan natural y poco actuada!- de alguno de los niños, y no habrá casi nada. Habrá una mirada externa y artificial, la mirada de todo el que no es menonita, asomándose, asombrándose. Y eso no es un logro de la película, es algo que los expectadores le colocamos.

El mundo menonita podrá tener mucho de interesante, pero esta película no pretendía meramente retratarlo, y en eso se queda. Bella, sí, pero meramente. Y ese vacío de guión es, en mi opinión, el ruidito que entorpece la por demás placentera melodía de Luz Silenciosa.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 13:05 ¤