9.10.07
un demasiado largo minuto
El día que me fui a Bahamas murió Nena.

Ya alguna vez hablé aquí de Nena. De su pan de miel, de su textura suave, de su joie de vivre. De su risa que yo tomaba prestada para atesorarmela en la memoria, una práctica (quizás) común para todo el que nació falto de una de las dos abuelas que tocaban.

Y he tenido mis silencios, mis charlas con esa memoria en algunos de los muchos aeropuertos que he pisado en estos últimos días, en los paisajes que he descubierto, en los atardeceres que he pasado sola en ciudades que no son la mía.

Hay una virtud en todo tipo de extranjería: intensifica la intimidad de las cosas. La frontera es el cuerpo, Adentro y Afuera son dos países. Uno es patria y el otro es camino, pero ninguno es mío.

Y en esos ratos que pienso en Nena se me solidifica, como una piedra, un arrepentimiento. Es redondo y duro y frío: pesa el peso de los abuelos, que es el peso de la gente que yo hubiera querido conocer mejor.

Nena no era mi abuela, me vio crecer a un ritmo de un par de visitas al año, pero me vio. Y lo que pesa en mi piedra es ¿qué tanto la vi yo a ella? Yo hubiera querido saber más sobre los sombreros y su confección en el México de principios de siglo, y hubiera querido preguntarle si Mila era traviesa, si Paula nació bailando, si Ana se parecía a ella.

Como no conozco otro bálsamo que la escritura, hubiera querido escribir a Nena. Hacerla personaje, dibujarle un país sin fronteras, entrar allí y saludarla con la mano; llamarla por su nombre.

Luego me invadió el afuera. Su ruido, su prisa, sus despertadores. Y apenas anoche, sentada en una banquita muy alto, viendo la noche caer bien fría sobre Valparaíso, la piedra nudo comenzó a disolvérseme.

Con este minuto de silencio dejo de arrepentirme, Eugenia, y comienzo a despedirme.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 10:15 ¤