24.10.07
lo indeleble
Es seguramente porque yo tengo un padre hermoso y que Cassio tiene una hija tan especial, que podemos charlar durante horas. Que a él no le aburren mis veintipico, que no me espantan a mí sus sesenta y algo. Es seguramente porque conocíamos ya cada cual la belleza del intercambio padre-hija, que hablamos. Pero es quizá también porque él no es mi padre y yo no soy su hija, que nos contamos las cosas. Porque ninguno duda del valor del intercambio entre amigos, y sabemos que es de encuentros que estamos ambos hechos, ambos siempre construyéndonos.

Cassio me consciente y me lleva por Montevideo, a comer delicioso, a ver el río de la Plata desde el cerro. Ay este río, mamma mía. Cómo -me pregunto viéndolo- aprende el enojo un uruguayo. Cómo, si crece con esta paz pasmosa inundándole la vista a cada vuelta de esquina, cómo aprende de olas y vaivenes, si crece frente a lo que sólo puede describirse como un mar que no se azota.

Y cómo aprende a discernir un uruguayo, si lo que ve primero es esta agua que no acaba.

Cómo aprende a no fruncir el entrecejo frente a cualquier otro río, y a no desdeñarlo: “¿esto?, pero si esto es un riachuelo…” ¿Qué tiene que decir un uruguayo frente al Sena? ¿Bostezan junto al Hudson? ¿Qué podría yo contarle a un uruguayo del río junto al que crecí, que es un riíto mal parido, lleno de truchas y de pulpa de café y que no recibe casi sol porque está todo sombreado por las hayas?

Cómo aprende a perdonar un uruguayo a los ríos más pequeños, a los impúdicos, a los que muestran las orillas. Cómo aprenden a transgredir, a cruzar y ¿tendrán acaso más desarrollada la imaginación, los uruguayos, de tanto imaginarse el otro lado?

Yo digo que esos termos estacionados perennemente en las axilas de los uruguayos no están allí tanto por el mate, sino por el agua misma; que el termo les reaviva las certezas, fundadas todas sobre una sola: un río que a simple vista es infalible. Y que el mate es una excusa, un vago recordatorio de la vileza poco onírica del suelo, de la tierra firme.

Pero seguramente que los uruguayos se enojan, y se cercenan, y entienden que las fronteras son látigos. Seguramente idolatran París y quieren escaparse a Nueva York. Quizás incluso alguno añora sin saberlo la humedad sombría en la que crecí yo. No lo sé bien, porque yo casi sólo he hablado con Cassio, que es una mezcla muy humana de geografías entrelazadas. Se le emociona el alma cuando habla de México, pero habla con igual fascinación de la renovación del puerto de Sudáfrica, de las diferencias entre las capitales de las dos Coreas, de la sensualidad brasileira, de Colombia nuestra hermana, del valor de Japón, de un santón en la India que por un instante hizo temblar su idiosincrasia, de las diferencias de género en Paraguay, de las distintas cepas del Cono Sur, de Cantabria donde a sus 50 se regaló sentarse a releer la Divina Comedia, de tantos mares, tantos montes, tantas aguas. Esto es lo que se llama indeleble, me digo, el rastro acuoso de los cinco continentes, en una sola mirada.

Cassio me cuenta que ahora da sus clases con google earth, pero yo me lo imagino de otro siglo, con un lente de un solo lente y dorado, fumando pipa y trazando mapas. De eso está hecho este hombre, me digo, de un amor al mundo, a la geografía y que pasa, siempre, por un amor a la patria. Y la patria, ya se sabe, es la gente también, la gente que se ama.

Seguramente es porque somos un par de sentimentales, que Cassio y yo hablamos tantas horas, y que a ratos, por turnos, se nos nublan los ojos. Generalmente a mí cuando hablo de mi padre, generalmente a él cuando habla de su hija Valeria, que es mi hermana.

Y seguramente es por lo que ambos hemos sido estos días que yo, aun durante el impersonal tránsito aeroportuario hacia Sao Paulo, puedo sentirme algo especial. Y que espero que él -cuando despierte, frente a ese mar que no será nunca mar pero ya es suyo-, se sepa hermoso.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:34 ¤