8.8.07
mudanza.8
Estábamos en medio de la calle, luchando por montar a Tequila en su rack, cuando Gerardo me preguntó: ¿Cuántas veces has hecho esto? Esto qué, dije yo. Mudarte, dijo él. No sé, dije, varias.

Luego bajó Lorena con las últimas cajas, nos despedimos de Gera y nos trepamos al laiamovil que, dicho sea de paso, no quería encender. Tuvimos que conseguir corriente, pasar al eléctrico, comernos unas sushi-tortas-ahogadas (así se las gasta la nouvelle cuisine en guadalajara), cargar gas, avanzar un par de horas de carretera y hasta cruzar la frontera entre Jalisco y Michoacán, antes de que yo tuviera una cifra clara. Dieciséis, dije. Dieciséis qué, dijo Lorena. Dieciséis veces me he mudado.

Entonces Lore, que a veces tiene ese tipo de ataques de sabiduría, se quedó callada. Y yo, que a veces tengo esos ataques de interpretación de la realidad, me embarqué en la elaborada numeralia de mi inestabilidad: "Si a mis veinticuatro años les restamos los primeros siete, que los pasé en el Xitle, y luego los tres de París, porque ahí nunca me cambié de departamento, quedan catorce. Catorce entre dieciséis da punto ocho. Eso me deja menos de un año por lugar, ¿cómo es posible? A ver..." Mierda, dijo Lore. Sí, está cabrón, ¿no?, dije yo. No, no, contestó ella, se nos olvidó la bolsa de la comida.

Al principio me entristecí, porque en la bolsa iban mi cafetera azul y mi termo para té. Pero luego (mi metaforabilia es facilmente activable) me puse muy contenta. De eso se trata mudarse, pensé. Uno deja atrás pedazos de uno sin los que, irremediablemente, va a aprender a vivir.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:30 ¤