25.6.07
a flote
Hoy recibí dos postales. La primera era de Paula. En la foto había una bailarina melancólica. En la parte escrita había otra. Leerla me hizo lamentar mi tendencia a dejar al silencio acumularse. Funciona como con los papeles sueltos y los calcetines sucios: primero una viruta, luego una montañita, luego aquello empieza a desbordarse, lo ordenas en dos pilas. En tres. En diez. Hay los silencios urgentes y los silencios para emergencias. Hay los silencios importantes y los silencios que pospones. Hay también los que no cuadran: los silencios incómodos que no son planos, no se dejan apilar, ni archivar, ni tirar. Hay los silencios quebrados que -en el fondo de un cajón o sobre la mesa de la sala- esperan, rotos y atentos, porque prometiste repararlos. Apilo mis silencios con el mismo desdén pavoroso con el que apilo las anotaciones que hago. Quizá son uno mismo, quizás anotar es, otra vez, quedarse callado. Hoy cayó un aguacero sobre Guadalajara. Uno bueno, uno verdadero. Me refugié en una plaza y pensé en sentarme en un café a anotar cosas, pero no traía mi cuaderno. Recorrí toda la plaza y nadie vendía cuadernos. Entonces salí a mojarme. Ciertamente, iba ofendida: ¿por qué nadie vende cuadernos? ¿Qué ya nadie anota nada en este mundo? ¿Ya nadie se calla? ¿Cómo se salvan del aguacero interno aquellos que no anotan? ¿Cómo salen a flote, de entre tanto silencio ahogado, aquellos que no se arman con papel una barca? La segunda carta era de Camila. Está fechada 18 de abril pero el deseo que expresa es el mismo con el que despierto casi a diario:

Laia querida, espero que estés más o menos a salvo de ti misma.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:12 ¤