15.5.07
señorito parche
Así que después de 36 horas de postparto blues (estado en el que entro después de entregar un texto y que consiste en llorar y dormir y dormir y llorar durante por lo menos 24 hrs antes de que me de cuenta de que estoy en el postparto y entonces lluerodormo un poco más pero al menos ya sabiendo qué me está pasando), salí al mundo. Y para salir al mundo, ya se sabe, hace falta gasolina.

En la gas me atendió un señor muy amable, de esos cuyos gritos denotan una genuina preocupación por la seguridad del prójimo. El motivo de sus gritos era mi llanta, que tenía 15 libras de aire, osease, que estaba por los suelos y tenía clavado un clavo. Después de gritarme, hacerme bajar del auto y mostrarme el clavo, me dijo cómo llegar a una vulcanizadora. Luego sonó mi teléfono. Era el Duende. Le pregunté si, en su opinión, iba a tener que comprar una llanta nueva. Me respondió que no, que sólo las parchan. Pero me respondió en ese tono característico del famoso episodio del taladro.

Fue hace años. Yo acababa de mudarme y quería colgar repisas. Estaba tranquilamente analizando la situación (esto es: tranquilamente paseando la mirada del taladro en mis manos al muro, del taladro al muro, del taladro al muro) cuando mi mamá preguntó muy burlonamente: ¿no sabes usar un taladro? Dije que no. Dijo: ¿cómo es posible? Dije: no me enseñaste. Dijo: no puedes ir por la vida sin saber usar un taldro. Entonces nos enbroncamos con qué era importante enseñarle a los hijos para cuando se iban a andar por la vida. Luego acabó poniendo ella los taquetes y hasta la fecha, y aunque me apena, siempre he dependido de mi hombre-del-momento para colgar todo cuanto ha sido colgado en mis múltiples departamentos. Por suerte, aquella vez y hoy también, la China andaba cerca lista para alburearnos y alivianarlo todo. Se acercó a la bocina justo cuando el Duende y yo estábamos por discutir y dijo: "que te la parchen bien". Nos reímos, colgué y encontré la vulcanizadora.

Al mismo tiempo que yo, llegó un tipo en un Porsche. Un auto que hasta a mí (y hay que saber que para mí el término "estética automotriz" siempre ha sido un buen ejemplo de oximoron) me pareció hermoso. La vulcanizadora estaba atascada y la chava que atendía estaba charlando al teléfono. Señorito Porsche y yo nos miramos y colocamos los codos sobre el mostrador al mismo tiempo. Era declaradamente una guerra.

Cuando la chava al fin colgó, Srito Porsche y yo hablamos al mismo tiempo. Yo dije: Mi llanta trae un clavo, él dijo: Mi llanta tiene un problema. La señorita ha de haber notado que nos traíamos bronca porque sabiamente decidió no decidir y señaló a otro tipo como diciendo "véanlo con él". Porsche y yo corrimos.

Ciertamente él alcanzó primero al joven para exponerle su caso. Pero en el instante en que terminó yo puse cara de chica-en-apuros y dije lastimeramente: Mi llanta tiene un clavote clavado... El joven sopesó la situación y decidió atenderme a mí primero. Era justo: mi problema era específiquísimo mientras que el suyo sólo era "un problema".

Joven y yo nos dirigíamos hacia mi llanta cuando Joven vio el Porsche. Se detuvo en seco para admirarle las curvas y el bronceado. Señorito se aprovechó de la situación: nos alcanzó y empezó a emitir su bla bla porshciano. Resultado: Joven se dirigió al auto como en imán, olvidándose por completo de mí.

¡Hey!, le dije, mi auto es aquél y trae un clavo en la llanta. Pero antes de que Joven pudiera reaccionar, Señorito Porsche me atacó con una aseveración absurda: ¡Yo llegué primero! Le contesté: No es verdad, llegamos al mismo tiempo, a lo que él contestó: ¡Pero yo tengo más prisa! Y eso fue el vaso que derramó la gota o juatever: Señorito y yo nos empezamos a pelear como perros y gatos mientras Joven (al que habíamos perdido para siempre) continuaba babeando frente al Porsche. Hubiéramos podido seguir peleando durante horas, pero todo culminó cuando yo abrí la puerta del laiamovil y antes de azotarla le grité: ¡¡¡Pues que te la parchen bien!!! Luego arranqué y me fui.

Eso último fue un poco estúpido, porque la siguiente vulcanizadora estuvo a varios kilómetros y tuve que caminar más de una hora para volver a casa. Pero también fue un poco brillante, porque al principio de la caminata iba enojada y triste, pero luego no podía parar de reír rememorando la cara que se le había puesto a Señorito Porsche con mi grito: el terror gélido de no poder emitir la última palabra.

Cuando volví (en taxi) a la Vulcanizadora B, me informaron que habían sumergido la llanta en agua y no sé qué y no sé cuántos y el clavo no traspasó la cámara y todo está muy bien. Por si fuera poco, cuando le pregunté al señor cuánto le debía, me contestó: Nada. Luego, invadida por la contentura que sólo la gratuidad otorga, comencé a manejar.

Manejé hasta una plaza con el humilde propósito de comprar un helado de abejita. En vez de eso (en vez de lo humilde porque el helado me lo comí con tupping de zarzamora), compré la primera temporada de Lost. Luego llegué a casa y me dispuse a ahogar los restos del postparto en unas cuantas sanas horas de evasión televisiva. Me seví un vino. Le di play. Empezó el show.

Justo cuando ya estaba superando la primera impresión ("por qué está el dude de party of five tirado entre bambús"), se oyeron los gritos. Los gritos del programa, quiero decir. Pero estaban en español. Luego, no hubo poder laiesco que hiciera funcionar al control remoto para elegir la opción inglés. Así que abandoné la misión y quizás mañana compre pilas.

Eso último fue un poco estúpido, porque podría ir al Oxxo por pilas. Pero también fue un poco brillante porque así acabaré de leer "Dos crímenes" y, sobre todo, porque yo ya he oído suficientes gritos hoy.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:41 ¤