12.4.07
una de salón
Una de las primeras cosas que cualquier mujer notará al llegar a Guadalajara, son las uñas de las otras mujeres. Según mis laboriosos y elaborados cálculos, al menos el 85% de la población femenina de esta ciudad usa uñas de acrílico.

Las uñas de acrílico, según me explicaron hoy, son el mejor de los mejores inventos en materia uñil. ¿Por qué? Porque la forma de cada dedo es única y sólo el acrílico tiene la capacidad de moldearse a tu dedo. Así, cada uña de acrílico también es única. Pero no sólo la forma es peculiar, ni la longitud (que varía entre los 500 milímetros y la pulgada, pulgada y media según tu gusto y, ojo, destreza para ir por la vida sacando las garras), sino que, además, las uñas de acrílico se decoran. Pueden llevar piedras, dibujos, flores naturales y cualquier combinación de las anteriores. También le manejamos los patrones, que son retechulisísimos porque es como si tus uñas tuvieran su particular papel tapiz.

Hoy decidí que era tiempo de hacerme un manicure, pero que lo haría en un lugar de esos de uñas de acrílico. Hay que saber que son unos lugares muy llamativos y siempre había querido entrar a uno. Desde afuera lo que se ve son vitrinas y vitrinas y más vitrinas todas con… manos. Sí, manos. Claro que si uno se acerca entiende que lo que se quiere mostrar es el diseño uñil y no las manos, pero de lejos aquello parece un macabro muestrario de castigos medievales. Tragué saliva, entré y dije: Quisiera hacerme un manicure.

Un aproximado de diez melenas revoloteó al tiempo que diez cuellos giraron hacia mí. Sólo una habló: Manicure y... No, corregí, sólo manicure. ¿De dónde eres? preguntó una uñadora sin clienta. Del DF. Ah, me han dicho que allá no se usan tanto las de acrílico, ¿verdad? Entonces fui directamente y sin escala a su stand: era la elegida porque había hecho gala de sensibilidad universal. Fue el manicure más largo, doloroso y electronizado que me han hecho jamás.

De pronto entró al recinto una chica y antes de pasar a la parte de atrás vociferó: ¿Quiéeeen quiere un francés? Yo dije: ¡Yo! Pero también dije -sólo que esto ella ya no lo oyó- que quería uno de 1.80 y muy simpático, por favor.

La mayoría de las presentes soltaron una agradable carcajada y empecé a sentirme un poco más cómoda. Pero unos instantes después reapareció la francesa con una botella de acetona y un pincel, jaló una silla y se sentó junto a mí. Tomó una de mis manos. Eh, perdón… musité. Yo hago los franceses, dijo. Ah no, era broma, yo no quiero francés. Se veía confundida y entonces entró al rescate la señorita Sensibilidad que aún tasajeaba alegremente alguna de mis cutículas: era un chiste Miriam... no quiere francés.. ¿qué quieres, baby?

Para empezar, creo que nunca ni en los momentos más cursis de mi vida nadie me había dicho “baby”. Pero sentí que Miriam, la pobre, además de haberse perdido el chiste estaba quedándose sin chamba, entonces le dije lo más amablemente que pude: Mira, yo tengo las uñas demasiado cortas para un francés. Además yo me las pinto de negro.

¿¿Negro?? Vociferaron juntas Sensibilidad y Francesa. Eh... sí (otra vez había perdido toda popularidad y una buena parte de la clientela me miraba raro). No, no no no no, dijo Sensibilidad perdiendo toda la idem: el negro es demasiado masculino y tú eres una niña muy linda. ¿Qué tal un rosa pálido, o un anaranjadito, o un tabique?

Iba a decir “pues que sea un tabique, baby”, cuando noté que Francesa todavía tenía mi mano entre las suyas y el pincel listo. Está bien, dije, que sea un francés.

Y así es, señoras y señores, mis uñas sin punta ahora tienen puntas blancas. Y yo, aunque en diminitivo, poco a poco me vuelvo una mujer de Guadalajara.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:48 ¤