23.4.07
la yerba de oz
She thought that maybe -just maybe- Western
Civilization was in decline because people did
not take time to take tea at four o´clock.
E. L. Konigsburg

Cuando el Tac tenía su cuarto oscuro en mi azotea, seguido bajaba entre revelaciones pa tomar un té. Lo conocí años atrás y fue por el té. Porque lo vi entrar al salón (un salón de la FFYL, tan vibra de unicel) con su taza de té. Era transparente, y chiquita, y de vidrio. Luego, toda nuestra relación se ha basado en rituales tesísticos (de té, de tesis, de hipótesis). Nunca le dije "Jorge", le dije "Tacita" desde el principio.

Un día bajó con un un librito de Amos Oz. Cuando bajó por la segunda taza lo corrí porque estaba picada. Cuando volvió por 2nda vez por la 2nda taza yo ya había terminado de leer aquello. Y ya se me había instalado un profundo respeto por el señor Oz, del que no sabía nada antes, del que aún no sé casi nada.

Más tarde leí De pronto en lo profundo del bosque y en mi cabeza apareció otro Oz, mucho más redondo: coloqué en una cara su lucidez política, en la otra su -sólida y sencilla- voz narrativa. Pero ahora que leí El mismo mar, otro nuevo Oz vino a sumársele a mi burbuja oziana. Un Oz versado cuya narrativa no decae nunca, porque florece bajo el yugo de un bisturí preciso. Oz corta con los dedos del narrador cirujano, ése que brinca cerca del poeta sin dejar la tierra anécdota. El mismo mar es prosa que rebota y renace toda en cada fragmento, en cada corte de párrafo. Con pulido trazo aparece -increíblemente aparece- un personaje en unas líneas. Y lo digo con el peso que debe pesar la palabra: un personaje.

A mí me gusta el té. Me gusta la calma. Pero hay días en que, above all, está mi alergia a la perfección. Me declaro una hedonista tortuosa. A Oz, por ejemplo, tuve que llevármelo a un Toks. Empecé a leerlo con un Roiboos delicioso y una buena luz de mañana. Pero pronto fue demasiado bello y tuve que llevármelo a ese recinto feo de banquetas verde pistache y pasteles secos. Ha sido así desde que recuerdo: hay bellezas que sólo tolero si disueltas en un café vergonzosamente aguado.

Podríamos decir que al igual que con un buen té, un buen libro no es sólo el contenido: sino el olor, la textura de la taza, la temperatura del líquido, la ambigua sensación de querer devorar algo, en paralelo a las ganas de ir lento y disfrutando sorbo a sorbo, párrafo a párrafo. Pero también podemos decir que maybe -just maybe- hay plumas y olores que no pueden decirse; que, como las fobias, el placer y las obsesiones, así también el talento y el sabor son inexplicables. Yo no sé a qué sabe El mismo mar, pero me tiene invadido el paladar y el pecho.

Recuerdo haber estado enamorada en la prepa -ya ni recuerdo de quién- y sin, para variar, saber cómo acercarme. Y recuerdo que entonces Juliana (gurú de aquellas épocas, eco siempre presente) me dijo: té, regálale a ese hombre una bolsita de té.

Supongo que hay algunas yerbas y algunos libros de los que vendría mejor no hablar nunca. Sólo es meritorio, en todo caso, obsequiarlos. Como algunas tardes sólo existe el grilllo al que me aferro, el tren que el viento me regala. O como, algunas veces, sólo es válido entregarse.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 19:51 ¤