2.10.06
aún llueve
Heme de nueva cuenta varada en Insurgentes. Hay geizers entre mi nave y la banqueta, los vidrios se empañan, la voz de la Chapman disimula mal los claxonasos. Recibo un mensaje de la Tere : soñé que estábamos en un audiotrio que se inundaba y me encontraba una caja con muchos paquetes de cigarros y una caja con muchos paquetes de cerillos, te los daba pero se mojaban y tú decías "saben a crayola". Me da risa que me hable de inundaciones oníricas cuando estoy en medio de una más bien fatídica. Al instante recuerdo un poema suyo: caminar bajo la lluvia es sentir que / por fin / algo del universo nos atañe.

El hecho es que crecí en uno de los lugares más húmedos de este país y, hoy, lo único que aún no se acitadina del todo en mí, es esto: me agota pelearme con la lluvia.

Doblo en una callecita, me estaciono, me despido del coche ("ahí te cuidas, hasta mañana") y me echo a pie las 4 cuadras que faltan para llegar a casa. Al principio camino rápido. ¿Por qué siempre nos da por caminar rápido aun cuando ya no podríamos estar más mojados? Camino lento, exageradamente lento, y lo entiendo de nuevo: entiendo de qué va la violencia aguacero-sujeto.

El agua así, fuera de nuestros grifos, nuestras bonafonts, nuestras cubetas, es la condensación de nuestro más íntimo, líquido, ser. Es la prueba de nuestra intemperie irrevocable.

Andamos rápido porque tememos que sea la próxima gota la que de verdad nos llegue. Ay, nuestros adentros: tan resguardaditos, tan nuestros y siempre, finalmente, tan expuestos.

Llego a casa. Me baño en agua hirviendo y lo que hierve es mi infancia. Me seco y se me secan los adentros. Me empijamo y de pronto, como en el sueño ajeno, mi noche sabe a cera y a trazos rasposos que calman-colman el tacto, el pecho.

Escucho: aún llueve y todo
todo
sabe a crayola.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 20:06 ¤