29.5.08
todos los hallazgos
Despierto temprano porque a las 9 va a llegar “el de la puerta”. Me baño, preparo un café y salgo a beberlo muy chicha en mi recién adquirido patio. Hace frío, está nublado, mi padre está muy lejos. Mi mamá, literalmente, está volando. Mis amigos duermen, o trabajan. Preparo el segundo café y decido que es hora de empezar a desempacar libros. Con el primer bulto me detengo amablemente frente al nudo. Le soplo, como decía la abuela de mi madre que había que hacer frente a un nudo. Jalo. Lo muerdo, como seguramente dice alguna abuela que no hay que hacer porque tuerce los dientes, o engendra la mala suerte, o te astillas la lengua, o algo así. Soplo un poco más. El nudo cede. Retiro el mecate, luego el periódico, examino el bonche. Me digo que voy a hacerlo rápido, sin pensarlo mucho, ordenando por género y no deteniéndome en dedicatorias ni párrafos aleatorios, ni anécdotas intrínsecas. ¡Ja!

No logro recordar nada –pero nada- sobre la última vez que desempaqué mis libros. Fue hace tres años, cuando llegué al departamento que abandoné para siempre hace tres noches. Me molesta un poco el bloqueo, pero no me sorprende. Estaba demasiado triste en ese entonces. Recién salidita del arduo proceso del éste es tuyo, éste mío, todavía te quiero, pero no puedo más, etcétera. Claro que no sobresalían los libros: en ese entonces lloraba con las cucharas, con los cuadros, con las fundas de almohada, con las medicinas caducas. Tenía 21 años; ya tenía demasiadas anécdotas intrínsecas.

En el primer paquete me encuentro un librito de edición cuasi casera: Los cuadernos de Pedro Miguel, poesía 1972-1974. Editorial: ARTEsano. No se puede más jipi, más “ah, los tíos prestados, los cuates de mis jefes, los años raros en que el mundo era mundo sin mí, bli blue bla…” Hojeo. La impresión cuenta con unos dibujos que, asumo, hizo el propio Pedro. Me salta uno a la vista: una cruz trazada en palabras manuscritas. No tiene título pero trae a lo alto una dedicatoria: Ruy Alvarez Larrauri, in memoriam. Y entonces sé que esa cruz es la mía. La cruz cruzada roja, de la que ya he hablado mucho en este blog. ...Y una vez más -pasa mucho en una familia con tanto cancerígeno- la punzada de los muertos prematuros, el peso de los rostros fantasmagóricos, la mirada -nunca bien neutra- con la que sopeso desde siempre la nostalgia que desde siempre inunda las sobremesas de mi por lo demás alegre familia. O no desde siempre, pero sí desde que el mundo fue mundo conmigo.

Me digo que no voy a deshacer más nudos. Abro el segundo paquete con tijeras. Me detengo en una antología de poesía de Houellebecq. Hojeo. Acabo sacando una cita para mi proyecto de cuentos-a-partir-de-insectos. Un proyecto que, pensaba, había inventado como una excusa para pedir el fonca pero que, intuyo ahora, trepa ya sin cese por la destartalada espina dorsal de mi entusiasmo. Puisqu´il faut que les libellules / Sectionnent sans fin l´atmosphère / Que sur l`étang crèvent les bulles, / Puisque tout finit en matière. Basta de poetas, venga el tercer paquete.

El tercer paquete, lo reconozco al instante, proviene de lo alto de mi librero: libros infantiles. Mis favoritos. Extraigo la colección entera de Anastasia Krupnik (todavía hoy el personaje a quien dedico secretamente mi oficio), dos de Jotapé, uno deshojado que era de Fred cuando era chiquito, varios de los flaquitos que edita el FCE, etcétera.

Luego, hace aparición La machine à rien. Un hermoso librito, gordo y cuadrado, en cuya portada una simpática caricatura hace las veces de tentadora invitación. Bajo mi taza del estante, me siento sobre alguna caja, hace mucho no abría este libro.

La machine à rien me lo regaló mi amiga Carole el primer verano que volví a verla. Ella había estado en una maison de répos (eufemismo para “casa de encierro para espíritus inestables”) y yo me había mudado repentinamente a México (eufemismo para “había salido corriendo en búsqueda de un colchoncito para el alma, o algo así”). Recuerdo bien que Carole me recibió en su nuevo estudio -de 13 metros cuadrados- con su sonrisa infalible, su hash para invitados y el librito envuelto. Y recuerdo claramente haberme alegrado porque, pensé entonces, un librito para niños es el tipo de regalo que te dan de despedida; si alguien te da un libro para niños cuando llegas, es porque te conoce.

En la portada de La machine à rien, cuatro hombres (se sabe que son “científicos locos” por los anteojos y las barbas blancas) posan desde sus diversas alturas y gorduras frente a un elefante. Portan todos el mismo traje café, de tres piezas. Traduzco malamente la primera página:

En treinta y dos años de carrera, el Profesor Dupontski había pasado 776 horas concibiendo inventos geniales y solamente 156 513 reduciéndolas a polvo para que cupieran en su basurero verde. Y es que el profesor Dupontski tenía un grave defecto: ¡no concebía más que máquinas previamente inventadas hacía siglos! El sabio no tenía suerte, buscaba, revolvía y escarbaba en los rincones de su cerebro, pero no encontraba nunca nada original. Una mañana, tras haber tropezado con el estanque de los cerdos, el rostro se le iluminó. El profesor tomó sus lápices, su goma, su escuadra, y se puso a dibujar los planos muy complicados de una máquina revolucionaria: la máquina que no servía para nada.

Luego de construirla, Dupontski manda su máquina a la “Oficina Universal de Inventos Geniales” para pedirles de la manera más atenta que comprueben la perfecta inutilidad de su invento. La Oficina asigna la labor a otros tres científicos. Durante todo el libro sucede lo mismo: alguno lanza una hipótesis sobre para qué podría servir la máquina, luego viajan a algún país exótico para realizar la prueba y la máquina resulta hacer cualquier otra cosa; ¡no sirve para lo sugerido! Tras muchos viajes y muchas sugerencias fallidas, los jueces deciden que la máquina del profesor, efectivamente, no sirve para nada. Están por darle su medalla cuando un quinto científico –el mero mero- se niega a conceder el reconocimiento, puesto que la máquina de Dupontski había logrado un montón de cosas. Es una muy simpática crítica al método de investigación, a las mentes obtusas, a la manía cotidiana del empecinarnos.

Son las 11 y llevo cuatro paquetes cuando llega el de la puerta. Luego todo es taladro, segueta, aserrín. Me cambio de cuarto: desempaco toallas. Las toallas tienen a su favor que no aportan historias. Hay una muy rota. Recupero las tijeras del estudio (eufemismo para el “cuarto en el que hay que caminar sobre libros envueltos en periódico y mecate”) y la corto para convertirla en trapos. Me siento creativísima, muchas gracias. Cinco cajas en un día. Aplausos.

Quizás no recordaré nada de esto en mi próxima mudanza, pero no por ello iré más rápido.

Desempacar libros tiene de su lado una rara alegría: la de no estar buscando nada.

Al final, la ausencia de hipótesis se parece mucho a la hipótesis obstinada: acaba invadiéndote la sensación de que son “ellos”-los hechos duros, los libros olvidados, las pistas- los que te encuentran.

Como pasa también con los fantasmas, con los insectos y, en general, con todos los hallazgos.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 00:43 ¤ 9 posdatas
28.5.08
no soltar la idem
así que, entre cemento y pintura, pasaron los 10 días más agotadores de mi historia. luego, hizo aparición en el horizonte un camión gigante. me dio miedo.

pero luego vi que en la puerta ponía "desechos industriales" y pensé: a huevo: ¿qué otro tipo de camión podría uno pedir para trasladar la vida a una bodega? así que what´s done is done: el merísimo día de la toalla me mudé a la bodega. chalana spirit made it. no solté la idem y llevo 3 noches acá. hoy me pondrán la nueva puerta. además, pronto tendrán el esperadísimo testimonio bodeguil del antes y el después. por lo pronto, agradezco a los eslabones que echaron la mano, y a la karlatone que documentó el evento:
(por cierto, para el antes y después, cualquier pista sobre cómo chingaos se sube un video pesado a youtube, será harto agradecida). por lo pronto, les dejo el videito de la "técnica iberia". informo que el paquete pesa más de 100 kilos y va lleno de libros. la técnica obtuvo su nombre de la "tintorería iberia", donde este jovenazo aprendió el estilacho santaclausiano que hizo de mi mudanza un éxito.



gracias, industria. gracias, iberia.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:17 ¤ 4 posdatas
24.5.08
lamentamos las molestias
La autora de este glob se encuentra momentaneamente sepultada bajo un montón de pintura, cal y cemento. Además, la totalidad de sus don-de-gentes está siendo invertida en no ahorcar al electricista, ahogar al plomero o emparedar al colocador de pisos. Sin embargo, escapose un segundo para transmitir el siguiente breve diálogo:

ELECTRICISTA: (En inconfundible tono de "ya págueme") Señorita, ya terminé.
LAIA: (Tras minuciosa verificación enchufe por enchufe) Oiga, pero si no ha quitado los tubos del baño.
E: Ya no me dio tiempo, lo ve luego con el plomero.
L: No, oiga, usted había quedado de quitarlos. Hasta dijo que los iba a utilizar para la instalación de la lavadora.
E: ¿Yo?
L: Sí. ¿Quiere que le enseñe mi libreta donde apuntamos lo que incluía su presupuesto?
E: Págueme lo otro y descuénteme lo de los tubos.
L: No, llevo dos días diciéndole que los quite porque cuando los quite van a quedar dos rayas azules que yo tengo que pintar de blanco. Sea profesional.
E: Yo soy muy profesional, señorita, lo que pasa es que no me gusta comprometerme.
L: Bueno, pues hubiera pensado en eso ANTES de comprometerse.
E: Pues sí, no lo pensé, fue un error. Pero yo ando de emergencia en emergencia, tengo que tener mi tiempo, ser más libre, por eso no hago tratos así.
L: Pero conmigo hizo un trato. Yo no le voy a pagar hasta que quite esos tubos.
E: Híjoles es que justo por eso no me gusta comprometerme.

La cosa siguió así durante un rato. Finalmente volvió al día siguiente, quitó los tubos y yo le pagué. Cualquier parecido con cualquier charla parejil que hayan sostenido en el pasado, corre por cuenta de la Chalana.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 10:44 ¤ 8 posdatas
18.5.08
call me "lady chalana"
Este fin de semana dio inicio nuestro programa Enchúlame la bodega. Constó de interesantes actividades tales como tirar pintura humedecida (ya no queda duda: en algún momento de su historia la bodega fue víctima de una inundación), lijar, resanar, pintar, tumbar pinturaybarniz -jo qué violento es el puto removedor- pintar más, traer plantas de nativitas, traer una tarja de la portales, quitar muebles bodeguísticos y convertirlos en muebles casísticos, arrancar lámparas, quitar vidrios rotos, etcétera.

Participaron, ante todo, los tres mosqueteros: Melquiades, José Luis y Juan. Son hermanos y sin ellos este programa, simplemente, no hubiera sido. Los conozco desde que tengo 7 años. Vinieron desde Xico. Me preguntan que si algún día voy a regresar a La Pitaya. Les digo que no, pero que soy feliz de haber crecido junto al río. José Luis dice que tal vez se venga al DF. Tiramos el tarot para ver qué tal le iría. El tarot dice que bien. Luego pintamos otro poco. Como yo encabezo las expediciones por nuestros cuatro cafés, ya sé cuántas de azúcar le pone cada uno. Estoy deeply agradecida.

Enchúlame la bodega tuvo un subprograma, llamado Adopta una puerta o ventana. A éste acudieron Ny, Mils, Aletz, Pau e Iván. Pero la lijadora que Aletz llegó muy chicho a presumirnos, murió en cinco minutos. (Mi pésame). Paula e Iván venían muertos de escalar. Ny y Mils sí adoptaron su puerta cada uno. Aletz y yo lavamos muchas repisas en el patio. (Aaaaaah el biuuutiful patio!!!) También, claro, la China y el Duende adoptaron múltiples ventanas y las dejaron cuquísimas.

El Duende, de hecho, basicamente había encabezado este programa; hasta que se regresó a Xalapa. Antes de irse elaboró una pequeña ceremonia. Me hizo arrodillarme y con un objeto extraño me tocó la cabeza. Luego dijo:

"En el nombre de Mau
te declaro Chalana"

Mau era mi bisabuela. Yo no la conocí más que por la reputación albañilesca. Y es que en mi familia, casi todo el mundo padece el "Síndrome de Mau". El síndrome consiste en una obsesión constante y sonante por la construcción, reconstrucción, remodelación, etcétera. Nunca hasta hoy me había sentido tan oficialmente portadora del síndrome. Espero ser una digna heredera.

Después, el Duende retiró el objeto de mi cabeza y me lo entregó como símbolo de mi nombramiento. Ahora está siempre en mi bolsillo:
(Lo rojo en mi mano no es sangre, sino pintura. Hay un par (sólo un par porque todos estábamos demasiado ocupados) de buenas fotos del Enchúlame la Bodega, pero el cablecito de mi cámara, como casi toda mi existencia, ya está empacado... Y no tengo la más pálida idea de en dónde. Como casi todo en mi... etc).

Toy simplemente muerta. Y mañana tengo que conseguir el piso pa la cocina, encontrar un plomero, llevar más cemix, transportar tabiques, conseguir más estopa, pintar más muebles de rojo etc etc etc etc. Pero soy Chalana y los chalanes no se rinden. He dichum.

Continuará...
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 21:57 ¤ 10 posdatas
17.5.08
el arte que a vos te gusta
con esa presentación, el camarada k nos hizo llegar esta chingonería.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 08:55 ¤ 3 posdatas
15.5.08
articulín
Miss Eva Zion, noble patrocinadora de éste su glob, hace rato no se ponía exigente. Hoy, sin embargo, nos pidió hacer público un artículo sobre blogs que, afirma, sin ella no existiría. Helo aquí. (Para leerlo completo se tienen que inscribir a Metapolítica: sólo cosa de dar un mail y un pasguord, tampoco les vamos a cobrar...) (Aunque si fuera por Miss Eva...)
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 14:46 ¤ 0 posdatas
11.5.08
la bodega
así que para variar y no perder la costumbre, hace un par de días el duende y yo fuimos a ver deptos. de pronto entramos de coladas a un edificio en donde un letrero ponía "se renta bodega". la puerta se cerró y nos quedamos atrapadas. subimos a la azotea y no estaba la portera. desde allá arriba me asomé y vi un patio medio abandonado. "quiero ese patio", pensé. estuvimos curiosiando unos 20 minutos hasta que, ya hartas, tocamos a una puerta cualquiera para pedir ayuda. nos abrió un joven que, una vez expuesto el caso, aceptó liberarnos. fue por su llave. salió. estaba abriéndonos la puerta a la calle cuando llegó la portera. así que en vez de irnos, le pregunté qué onda con el patio. me dijo que eso era una bodega. le pedí si me la mostraba. me dijo que era inútlil, porque no nos la iban a rentar, pero la convencí. siguieron otros varios días de convencimientos -a inmobiliarios, dueños y escépticos. ahora, o muy pronto -pongan changuitos- la bodega será nuestra.

hoy volvimos para tomar fotos y medidas. la bodega está en muy buen estado, lo que se dice lista para habitarse -juar juar. además es muy pero muy práctica, casi un loft: se fluye rete libremente dentro de ella.



ahora, este glob quizás sufra en las próximas semanas la consecuencia de este hallazgo: voy a tener que sacar el albañil que todos llevamos dentro.



la portera (facunda, 84 años, 43 en el edificio) me contó sus hipótesis sobre qué sucedía en la bodega. nada demasiado interesante, en verdad: excepto quizás que la cocina huele rarísimo y tiene un letrero que pone "almacén de químicos". ah, y que una chica vivía allí: "la secre". autora de las excelentes cortinas apreciadas en el primer video... una artista, if i may say so. y, por si alguien duda de que fue el destino el que me puso a la bodega en el camino, muestro lo sucedido:

 
dijo Laia Jufresa en punto de las 16:03 ¤ 5 posdatas
9.5.08
para ustedes
tomando en cuenta esta otra entrada, creo que podemos deducir que estoy generando un patrón del tipo posteo-borracha-cuando-me-dedican-algo.

pero ps hoy fue el v aniversario de la fundación y, aunque ocurrió sin mayor percance, algo mueve.

decía mi amiga amanda (cuyo nombre con el tiempo disminuyó en el diminutivo del diminutivo y cuyo recuerdo, ahora que ya no vivimos juntas, crece), decía, ella, -y creo que inspirada en osho o alguno de esos gurues que desconozco- que cuando haces el amor con alguien, una cierta energía viaja de tu cuerpo a algún punto del centro de la tierra, y así mismo del cuerpo del otro; de modo que vayas a donde vayas sobre la superficie del planeta, esas energías siguen encontrándose en algún punto incierto, y variable, pero permanente.

y afirmaba que poseemos uno de esos "lazos energéticos", de distinto color o calibre, por cada persona con quien hayamos hecho el amor. eso decía mi amiga amanda. y aunque es una pachequez como cualquier otra, yo le sumaría (porque ya se sabe que prolongar pachequeces es mi hobbie), que la gente con la que has compartido casa generas algo parecido. quizá más tenue, quizá más frío, quizá más noble, no sé, no mejor ni peor, pero distinto, de otro tono, pero que nace de tu cuerpo y va a perderse en un punto de conexión muy lejano, casi imposible, pero un punto que existe. no es necesariamente ni cariño ni saudade, sino un lazo más bien neutro, visible sólo a ratos y sólo mediante la laberíntica personal de qué le activa a cada quien la memoria. (hay unos pastelillos que no pruebo sin recordar los pastelillos que escondía tania sobre el horno / oigo cantar a amanda y nos veo bailando en la azotea / veo un kayak y me remito a cuando en villa el kayak del pats inundaba nuestra sala / no se me cae una sola vez la cortina de la regadera sin que recuerde el día que gabriel y yo fuimos aros-de-cortina-hunting)

pues bien: la gente con la que yo compartí durante dos años la casa de la fundación -a pesar de que no nos peleábamos por quién se bañaba primero, ni a quién le tocaba lavar los trastes-, fueron también de algún modo compañeros de casa. gente de la que me separé sin saber cómo despedirme. generadores de un espacio que había (por sobre vivencia, casi) que hogañerizar.

un espacio del que esta noche no quedaba casi nada. hoy ese espacio estaba disfrazado. porque hoy tiraron la casa por la ventana en toldos y flores. porque había vino y manteles y canapés y un exceso de invitados vip. nada de hogareño en aquel patio, ni un residuo amable de las cotidianeidades que allí compartimos. pero una casa es también, y yo diría que ante todo, su gente. y una buena parte de la gente que para mí fue esa casa, estuvo hoy allí.

parte del lujo celebratorio fue impreso y encuadernado, en una bonita antología con el título –y nótese aquí el derroche de falsa modestia- "muestra de literatura joven de méxico". y yo, como cuando terminé la secundaria (o sea que esta vez también fue por imitación) tomé uno de mis ejemplares y recorrí el recinto solicitando dedicatorias.

y por eso vengo, una vez más, a escribir borracha en este glob. porque las acabo de leer y me emocionan. porque la gente con la que alguna vez compartí desveladas eternas, desmañanadas tediosas y un millar de cafés, es también la gente de la que soy un pedazo: la gente cuya huella puedo reconocer, una tarde tres años después, en un gesto de mis manos, en un quiebre de mi prosa, en un ondular de la cabeza: arriba-abajo: concedo o contrargumento. dar el avión, aprender a dar el avión sin dejar de escuchar, aprender a aferrarse a la disputa y alargar la charla con tal de nunca dar el avión, son todos aprendizajes de un exceso de bebidas compartidas entre... -ah ese estatuto mamón, insoportable, casi inverosimil y por demás insostenible del "ser becario".

pero al final de la noche uno puede sacudirse eso. no somos eso, no lo fuimos nunca: ¿para qué vamos a etiquetar la circunstancia que nos albergaba? es lo que había, y lo que había nos acercó.

y las cercanías, ya se sabe, se disuelven en el tiempo, se deslavan con las distancias, pero bien pueden reavivarse por un instante, mediante el mecanismo más arcaico, más humano y más falible que tenemos: el vernos otra vez y -odios, cariños y rencores aparte- recordarnos.

y todo eso sería nada
si no fuera
porque al recordarnos nos re-consideramos.

y porque en esas reconsideraciones bien podría abrirse una grieta fresca
una puerta nueva
para reinventarnos.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 04:00 ¤ 3 posdatas
3.5.08
33


japi bday grabs.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 10:15 ¤ 3 posdatas
1.5.08
55
No conocí a mi abuela Selene, pero tengo algunos datos muy precisos sobre ella. Era bailarina. Gustaba de los chistes más simples, casi tontos, algo que le heredamos todos sin excepción. Además, se reía tan fuerte en el cine, que sus hijos optaban siempre por cambiarse de butaca. El primero de mayo de 1953, un súbito antojo de rompope le irrumpió en el cuerpo. Estaba sumamente embarazada y podemos asumir (baste para ello un mínimo de observación a su descendencia) que era bastante terca. Rompope, rompope, quiero rompope. Así que mi abuelo Ramón partió en búsqueda del rompope. Era día del trabajo, nadie trabajaba. No era trivial encontrar rompope, pero el abuelo haría hasta lo imposible. Recorrió la ciudad evitando comercios cerrados y penetrando cantinas abiertas en búsqueda del dulce licor para su bien amada. O como quien dice: se fue a empedar. Para cuando volvió, había nacido su hija Selene. Lo demás es historia. Con los años, el fruto de aquel parto fue diversificándose en múltiples personalidades hasta llegar a ser el único, el verdadero, el favorito... Duende. (Ahora: dar clic aquí.)

Felices 55, Duende mío. Que sean largos y alegres. Que bailen a tu son.
(Y do please notice: 55 suma 10, que es por excelencia el número de la excelencia.)
Ámote. Deeply.
 
dijo Laia Jufresa en punto de las 11:29 ¤ 5 posdatas